El lugar común sería vincularlo con Máxima Zorreguieta, porque allí estudió 12 años la reina de Holanda. Pero el colegio Northlands festejará en 2020 el centenario de una historia que trasciende a su alumna más glamorosa.
Un siglo que comenzó en el mismo barrio bonaerense de Olivos en el que hoy ocupa dos manzanas, se extendió con otra sede a Nordelta y hoy emplea a unas 600 personas para sostener la educación diaria y de jornada completa de dos mil niños, niñas y adolescentes llegados desde la zona norte del conurbano y también de Capital Federal.
Claro que la institución no es la misma que cuando se fundó ni en la época de Máxima y otras estudiantes famosas, pero todavía sostiene el lema de «Amistad y Servicio» y muchos le reconocen la excelencia académica de siempre.
Cuenta la leyenda que la escuela surgió del emprendimiento de Winifred Brightman y Muriel Slater, dos maestras británicas llegadas a Buenos Aires como institutrices de hijos de inmigrantes, en un contexto en el que florecían colegios para ingleses en las primeras décadas del siglo XX. En una casona vecina a la actual mega sede de Olivos, abrió las aulas en abril de 1920 para 16 niños y niñas, pero pronto las restringiría a mujeres, condición que no eliminaría hasta 2000.
Slater se retiró al poco tiempo y Brightman se mantuvo al frente durante los 40 años siguientes, cuando el colegio pasó a ser administrado por la comisión directiva de una asociación civil de beneficencia. Antes y después, se erigió como uno de los mejores colegios bilingües de raíz sajona, opción de diplomáticos y empresarios de paso por Buenos Aires y también por la clase media y alta para educar a los hijos con un proyecto humanista, moderno e internacional.
La página web permite trazar una radiografía con el pasado y presente institucional y curricular; el detalle de exámenes tradicionales de inglés, actividades artísticas, el programa de Bachillerato Internacional y la gran infraestructura edilicia. El sitio, a diferencia de otros de instituciones de la misma categoría, no informa sin embargo el valor de los aranceles, que arrancan en los 8000 pesos y trepan hasta los 18 mil en el nivel medio. La matrícula, según las autoridades, se mantuvo constante y conforme a los índices que tiene la educación privada en general.
Este colegio bilingüe, laico, con directivos y docentes de inglés nativo y que nunca recibió subvención estatal, no sólo vio pasar a Máxima, también a graduados variopintos como Cayetana Álvarez de Toledo; María Belén Aramburu; Nelly Arrieta de Blaquier y otras de la misma familia; Inés Berton; Mónica Cahen D’Anvers y su hija Sandra Mihanovich; Dolores Cahen D’Anvers; Florencia Canale; Paula «Puli» Demaría; las hermanas Vanesa y Silvina Escudero; María Eugenia Estenssoro; María Freytes; Mercedes Margalot y Sol Santamarina.
También a los hijos de Horacio Agulla; Paula y Dolores Cahen D’Anvers; las hijas mayores de Mauricio Macri (ya egresadas); los tres de Valeria Mazza y Alejandro Gravier; Facundo Manes; Alberto Nisman; Horacio Rodríguez Larreta y Damián Szifrón, entre otros. En los corrillos de la puerta y los grupos de WhatsApp suelen repetirse anécdotas de algunos de ellos, como la de una familia que pidió sin éxito una beca completa para los hijos a cambio de promoción. Pero una de las consultadas por LA NACION aseguró que no hay diferencias con los hijos de «conocidos».
¿Esos «famosos» lo convierten en un colegio de élite? Sin opinar del Northlands, la licenciada en Ciencias de la Educación, investigadora de FLACSO y co autora del libro «La educación de las elites», Sandra Ziegler, aclara que «en la constitución de un colegio de élites confluyen múltiples aspectos. Uno central que está relacionado con el modo en que ciertos establecimientos se articulan con la formación de perfiles que luego ocupan posiciones dirigenciales; aspecto que en Argentina no tiene una linealidad tan exacta como en otros países, donde esos caminos están bien delimitados».
Ziegler agrega que este tipo de escuelas «observa el desarrollo de un proyecto educativo que suele combinar el aprendizaje y la certificación internacional de lenguas extranjeras; de múltiples actividades extraescolares que fortalece el sentimiento de pertenencia al grupo; el énfasis en actividades deportivas asociadas a los sectores altos, la práctica de actividades filantrópicas y de voluntariado. Si bien muchas de estas escuelas tienen aranceles onerosos en relación con los valores de las cuotas y comparten un curriculum semejante con otras escuelas privadas, lo que las distingue como escuelas formadoras de élite no son estas cuestiones sino su compromiso y vocación de formación de grupos dirigentes». Pero también la investigadora advierte que «la articulación de las escuelas con ciertas familias que las eligen dan cuenta de que las estrategias de educación de los hijos develan el temor de unos a perder posiciones, la expectativa de otros por lograrlas pagando una cuota para insertar a sus hijos en esos espacios y de la heterogeneidad creciente de los grupos privilegiados».
A Marisa Perazzo, desde hace seis años vicerrectora general del Northlands, le incomoda la etiqueta de élite. «Un colegio de élite apunta a que sólo está orientado a una parte de la sociedad y no es así con el Northlands. No podemos negar que estamos en un contexto social de que hay que tener cierta posibilidad económica para poder pagar la cuota, pero también es una institución preocupada porque sea amplio el contexto social que se de en el día a día. No hay que ser hijos de sajones o de ex alumnos. Es muy amplio en su propuesta y cuando se ofrecen becas también lo que se busca es que con ese aporte sigan contribuyendo a la excelencia educativa y no sólo a poblar aulas de élite o que reflejen una parte de nuestro contexto social»,
Algunas ex alumnas consideraron que esa apertura generó que la comunidad del colegio pasara de integrarse de familias de clase media y alta, empresarios y diplomáticos, a nutrirse de «new rich» o que practican la ostentación.
Florencia Canale, periodista, escritora y ex alumna, tiene un «recuerdo extraordinario» del colegio, pero a la vez asegura que por comentarios de madres actuales sabe que «se devaluó enormemente por gente mediática o impresentables que creen que pagando adquieren un status y no educación».
Para Perazzo, «un colegio cambia de manera permanente en su composición social y en muchas otras cosas. Hace 50 años había muchas más familias sajonas y tradicionales que elegían este colegio. Ahora eso se abrió, creo que positivamente, y no sólo lo abrazan esas familias, sino muchas otras personas que entendieron el valor de una muy buena educación».
La directiva considera que el colegio mantiene «una propuesta educativa que sobresale y es de vanguardia». «Desde hace diez años nos preguntamos si es excelencia académica o educativa. Lo académico se logra con buenos programas internacionales y desarrollos curriculares muy sólidos llevados adelante por personas muy buen formadas; una atmósfera de trabajo y sentido de pertenencia; viajes por el mundo; programas de intercambio y giras de deportes; en fin, que se transmita la pedagogía más moderna», entre otros aspectos. El plantel de unos 450 docentes (un 10 por ciento es de inglés nativo) lo encabeza un docente sudafricano que viene de fundar un colegio en Panamá y antes de trabajar en Colombia y Gran Bretaña.
Del lado de las alumnas el aspecto de la excelencia se traduce en muchas horas de estudio; pensamiento crítico y reflexión y codearse con pares extranjeros, entre otras cuestiones. «Preparan ciudadanos del mundo», dice una egresada, hoy madre de dos alumnos, quien por otro lado destaca que el espíritu humanista y solidario que se inculca en el Northlands es superior al colegio católico donde empezaron sus hijos y que prefiere no identificar.
Perazzo tampoco considera que sea un colegio expulsivo, y aunque sí reconoce lo exigente en cuanto al compromiso con el estudio y los exámenes internacionales, destaca el cuerpo de 15 tutores, psicopedagogos y psicólogos que hacen los seguimientos de cada alumno. «No sólo es acompañar el desarrollo emocional y la evolución, sino estar atentos a la diferenciación. No sé cuántos colegios tienen un plantel así», subraya.
Canale asegura que todas sus ex compañeras «son profesionales, muchas con puestos altísimos en multinacionales. Ninguna es ‘la mujer de’, porque el colegio no preparaba para eso. Era bastante moderno, con maestras todo el tiempo incentivando y promoviendo el conocimiento».
Según estadísticas del colegio, los egresados de 2015 eligieron en un 25 por ciento carreras vinculadas a las Ciencias Económicas; un 23, a las de ingeniería; un nueve, abogacía y otro porcentaje similar a arquitectura; siete, a diseño y seis, Medicina, entre otras. Respecto de las casas de estudios elegidas un 26 por ciento continuó en la Universidad de Buenos Aires; un 19, en la Torcuato Di Tella; un 15 en el extranjero; un 12, en el ITBA; un ocho en la Austral y un siete en la de San Andrés.
La leona Margalot destaca el gran nivel que tenía la actividad deportiva y también lo recuerda como «un colegio exigente que te da una formación distinta. Yo amaba ir al colegio», agrega en sintonía con otras egresadas que hablaron con pedido de reserva.
En el colegio no hay recuerdo tangible de Máxima -sólo una carta que le envió ya en los Países Bajos a una de sus maestras, hoy directora del primario- y la directiva consultada descree que eso que ella considera una anécdota haya influenciado en la elección como colegio de los padres más actuales. Esa decisión parece mediada por factores comunes al resto de las instituciones y atados a las vicisitudes sociales argentinas que por supuesto cambiaron y mucho en los últimos cien años.
Fuente: La Nación
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