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Vicente López
domingo 24 noviembre, 2024

la guitarra que cambió al mundo

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Foto Ral Ferrari
Foto: Raúl Ferrari.

Diez años pasaron de la muerte de Paco de Lucía: no hay disidencias -las hubo- sobre su influencia transformadora en la guitarra, el flamenco y la música toda; en cambio, no parece haber manera de establecer con más sustantivos que adjetivos el alcance de esa transformación, tal vez porque no ha terminado.

Los estudios y ensayos biográficos sobre Paco de Lucía son todavía pocos en relación con la fuerza de obra (se acaban de publicar dos libros en España, ninguno disponible en Argentina) y ha sido un hombre austero en declaraciones y apuntes de vida; por lo que, en principio, luce sencillo reducir su vida, bajo la modalidad periodística, a una secuencia de episodios más o menos representativos. Pero su música es más inasible.

«El flamenco antes de Paco era un señor gordo con sombrerito en una silla de madera y con una copa de vino», afirma Manuel Escacena, uno de sus recientes biógrafos.

La sentencia y la imagen, tentadoras, simpáticas, son por lo menos incompletas. Cuando no falsas.

Tomatito anunció un disco en homenaje a Paco de Lucía

El guitarrista Paco de Lucía, de cuya muerte se cumple este domingo una década, será el centro del próximo disco de José Fernández Torres, conocido como Tomatito, y que será publicado en septiembre.

«Paco de Lucía es el mejor guitarrista que ha dado la historia del flamenco, un gran músico en el mundo y de los mejores que ha tenido España» , dijo Tomatito, según recogieron medios del país ibérico.

El nuevo disco de Tomatito, de 65 años, todavía sin título, responde, según adelantó, a un trabajo «de tres o cuatro años, por lo menos» y del que ya se lanzó el primer single, «El sabio», en el que evoca a otro referente del flamenco, «Camarón de la Isla».

«El flamenco es una forma de vivir. Las músicas que son la raíz de un pueblo y son auténticas, como el jazz y el flamenco, no se pueden terminar en la vida porque son géneros fuente de inspiración de músicos del mundo», dijo Tomatito.

El guitarrista que murió en Playa del Carmen, México, el 25 de febrero de 2014, expandió el flamenco, lo universalizó, desarrolló una conexión con el jazz, enseñó al mundo una manera de tocar la guitarra que nadie había descripto en ningún manual, pero a la vez aprendió de la legendaria oralidad de la música flamenca, que atrapó desde niño.

Si bien en la década del ’70 y ´80 su irrupción lo ubicaba -¿acaso podía ser visto de otra manera?- como un desplazamiento de las raíces puras de esa tradición, su guitarra fue durante un tiempo hija de esa escuela con diferentes maestros, algunos bastante evidentes (Niño Ricardo, Sabicas).

Otra narrativa errónea lo ubica como un guitarrista liberado a la improvisación que, es cierto, cuando comenzó era una extrañeza en el flamenco. Al contrario: Paco de Lucía es la expresión de la mirada cartesiana, la concepción científica de la música. La intuición la llevaba solo desde niño.

Foto Archivo
Foto: Archivo.

Aprendió a tocar en su casa de Algeciras, en Cádiz, gracias a su padre. La guitarra no era un entretenimiento. Su padre Antonio, también guitarrista aficionado, descubrió temprano el talento de su hijo y desde el primer día tuvo un plan para hacer de él el mejor guitarrista que haya pisado la tierra. Como Leopold Mozart, con sus hijos Wolfgang y María Anna.

Paco nació el 21 de diciembre de 1947 en el popular barrio de La Fuensanta. Fue el menor de los cinco hijos de Lucía Gomes Gonçalves, «La Portuguesa», y de Antonio Sánchez Pecino.

La universalización de su música responde a un hecho claro. El suceso de la rumba «Entre dos aguas», incluida en el álbum «Fuente y Caudal», su cuarto disco solista, en 1973.

Su interpretación, con un compás acentuado, era poco convencional. Es resultado de una improvisación sobre el tema «Rumba improvisada», un tema de un disco que había publicado dos años antes. «Me siento libre con las rumbas, no tienen tradición y puedes hacer lo que quieras con ellas», dijo.

Su éxito como guitarrista alteró la forma de interacción en el cante flamenco: los «inmovilistas» consideraban al instrumentista un mero acompañante del cantaor (la expresión usual para acotar su función era la de «banderillero»). No aparecían en los créditos y muchas veces tampoco cobraban. Aquello cambió para siempre.

Si el flamenco es el canto a la desesperación, al desconsuelo al dolor irredento, nadie lo expresó como José Monge Cruz, conocido como «Camarón».

Grabaron juntos nueve discos entre 1967 y 1977 (antes cantaba en sus discos el hermano de Paco, Ramón de Algeciras) y tres más en los que también se incorporó el guitarrista Tomatito. Hubo una discusión sobre una disputa de derechos de autor, pero que no alcanzó a alterar aquella hermandad.

En 1975, Paco actuó en el Teatro Real de Madrid e inició una tanda de conciertos junto a Carlos Santana y a Al Di Meola, en 1977. En 1980 participó también en los conciertos ofrecidos por John McLaughlin y Chick Corea. La riqueza del flamenco era un manantial para aquellos que exploraban sobre las raíces negras de la música estadounidense.

«Siroco» (1987) fue, tal vez su último hito. El aquel tiempo coleccionaba elogios indiscriminados: fue considerado un álbum perfecto.

Tuvo un matrimonio de 20 años con Casilda Varela. En México, su refugio en el mundo de los últimos años, y conoció a Gabriela Canseco, una restauradora mexicana, con quien se casó. Con Casilda tuvo tres hijos y con Gabriela dos.

Paco falleció de un infarto de miocardio en Playa de Carmen. Se público un disco póstumo, Canción andaluza.

Una vez el poeta Félix Grande dijo que de la música de Paco de Lucía que tenía una soledad tumultuosa, una bravura radical, una impetuosa pena y una serenidad dramática.

Siguen faltando sustantivos. Cambió al mundo, pero todavía no sabemos contarlo bien.

Paco de Lucía: «Casi siempre toco mal»

Perfeccionista e introspectivo, a pesar de su reconocimiento mundial, el guitarrista Paco de Lucía era un inconformista: «Casi siempre todo mal», resumió en una entrevista brindada en la Argentina, en 1988.

«Yo me subo al escenario para disfrutar. A veces pasa que sientes que los pies se te van del suelo y empiezas a volar y sientes que te sabes toda la música del mundo y es una sensación preciosa. Es una droga natural y, cuando eso pasa, simplemente sientes que no perteneces a este mundo, pero no pasa todos los días», confesó en una entrevista televisiva con Fernando Bravo y Néstor Ibarra.

«Uno sube al escenario siempre con esa esperanza. Todo artista sube al escenario para sentir eso. Pero la verdad es que no pasa cada día. A mí tampoco», dijo

«En el flamenco había una concepción de que lo antiguo era lo puro, pero a veces es sólo antiguo. Por eso fui haciendo cosas nuevas», explicó en esa misma entrevista sobre su modo de acercamiento a la música.

La última vez de Paco de Lucía en Argentina

Paco de Lucía, reconocido como uno de los grandes guitarristas de todos los tiempos, realizó su última gira por Argentina meses antes de su deceso, ocurrido en México, el 25 de febrero de 2014.

La siguiente es la reseña publicada por Télam del concierto ofrecido por De Lucía en el teatro Gran Rex, el 15 de noviembre de 2013, bajo el título «La invención del flamenco»:

    Buenos Aires, 16 de noviembre. El guitarrista y compositor Paco de Lucía, que llevó a su máxima expresión musical y conceptual al flamenco, ofreció anoche un extraordianario concierto en Buenos Aires, dejando de manifiesto que el suyo es un arte de dimensiones gigantes, capaz de interpretar las infinitas variantes de una construcción colectiva con sello propio.

    Pocos artistas en la historia de un folclore (uno, quizás dos) son capaces de sostener la esencia más significativa del género, reunir las distintas peculiaridades y entonaciones que aparecieron en creadores dispersos y con eso inventar un modo propio, que nunca pierde contacto con la raíz más genuina y al mismo tiempo establece nuevos estándares para el género, dándole una entidad universal que no lo separa pero sí lo eleva del ghetto.

    Esto es lo que hizo (y sigue haciendo) Paco de Lucía (presentado en un momento del show como «el Tiburón de Algeciras, el más grande de todos los tiempos») con el flamenco, y no es ajena a su aparición la aceptación mundial que tomó esta música y el revulsivo creativo que la atravesó en los últimos 40 años, Camarón de la Isla incluido.

    Salvando al flamenco de sus peores vicios, de las adiposidades repetitivas que acumuló con el tiempo en los tablados turísticos y en algunas versiones «alimonadas» muy a la época y al gusto del mercado internacional, De Lucía volvió en el show de anoche en el Gran Rex a la esencia más pura y radical de ese folclore del sur de España, aunque lo suyo nunca es un regreso sino un paso hacia adelante, porque él ya estableció una nueva altura, y sobre esa se sigue elevando.

    Dos cantaores de una fuerza expresiva descomunal sin restos de flamenco mainstream (David de Jacoba y «el Rubio» Antonio Flores Cortés), un bailaor (Antonio Fernández Montoya «Farru»), que eriza la piel con un zapateo inconcebible; la armónica de Antonio Serrano Dalmas, el virtuosismo y la sensibilidad del joven guitarrista Antonio Sánchez Palomo, el bajo de Alain Pérez e Israel Suárez Escobar «Piraña» en cajón, integran la maravillosa banda con la que Paco de Lucía llegó a Buenos Aires, después de 16 años de ausencia.

    El concierto, que duró dos horas y fue seguido por un público que colmó el teatro y ofrendó merecidas ovaciones en todo su recorrido, arrancó con Paco solo junto a la guitarra para entregar «Mi niño curro».

    Es sabido que en el flamenco en general y en Paco de Lucía en particular, como sucedió también de otro modo con el bebop en el jazz, melodía y ritmo no son elementos convergentes sino que forman parte inseparable de una «sincronía sucesiva», con la que se retroamilentan, se marcan la cancha, y proponen cada uno al otro recorridos y paisajes posibles.

    Así, la guitarra de Paco se llena de intensidad, se expande, se contrae, se arremolina, se tuerce, frena de golpe, vuelve a comenzar, despliega una narrativa llevándola hasta el límite, la interrumpe con un golpe seco, la retoma por nuevos senderos y la vuelve dulce, convidando toda la dulzura escondida del flamenco.

    Imposible no conmoverse ante las formas expandidas de «El tesorillo», el baile elegante y eléctrico de Farru, la entoncación de Jacoba de los versos de «Luzia», el aire suave de la armónica de Serrano Dalmas que hace más dulce la dulzura de Paco, el diálogo y los contrapuntos de las dos guitarras en «Cositas buenas».

    Lo increíble en un concierto de Paco de Lucía es que uno no va a encontrarse con una leyenda, en el sentido de que no va a ver a alguien que inventó el flamenco hace mucho tiempo, sino a alguien que lo sigue inventando, y cada vez mejor.

    Por Pedro Fernández Mouján


Fuente: Télam

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