Para quienes vivieron a pleno las décadas de los 50 y 60, incluso también la de los 70, Vittorio Gassman fue uno de esos nombres grandes del cine italiano, en boca de aquella clase media nacida en esos tiempos, amante de los buenos espectáculos.
Más allá de las figuras italianas de la dirección -como Vittorio de Sica, Roberto Rossellini, Luchino Visconti, Pier Paolo Pasolini, Dino Risi y Bernardo Bertolucci, entre otras-, algunos actores marcaron a fuego la historia.
Ana Magnani y luego Sofía Loren, lo hicieron en el lugar de las mujeres intensas, mientras que entre los hombres sobresalieron Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Nino Manfredi y, sin lugar a dudas Vittorio Gassman.
De sus 140 películas, una fue rodada en la Argentina, y un puñado de las 160 piezas teatrales de su colección, como figura central o casi, tuvieron lugar en los escenarios porteños.
Gassman viajó por primera vez a la Argentina en 1951, cuando fue recibido por Juan Domingo Perón y Eva Perón. Dijo que «los argentinos decidieron adoptarme”, a pesar de la gran ofensa que significó definir, en forma pública, al mate como una «schifezza”, es decir una asquerosidad, por el hecho de compartir una bombilla. Todo un precursor para los tiempos de pandemia que llegarían siete décadas después.
Tenía 29 años, pero el público ya lo conocía por su protagonismo en la impar «Arroz amargo» (1949), obra maestra del neorrealismo, debida a Giuseppe de Santis, cuyo éxito lo consagró internacionalmente.
El italiano llegó aquí para presentar la pieza «Orestes», de Vittorio Alfieri, con puesta de Luchino Visconti, y «Un tranvía llamado Deseo», la provocativa obra del estadounidense Tennessee Williams, donde encarnó al viril y tosco Stanley Kowalski, junto a sus compatriotas Paolo Stoppa, Diana Torrieri, Rina Morelli y Elena Zareschi, en el desaparecido Odeón de Corrientes y Esmeralda.
También presentó tres funciones en el viejo Teatro Argentino de La Plata en la calle 51, donde hizo nuevamente «Orestes», «Seis personajes en busca de un autor», de Luigi Pirandello, y en la jornada final, «Una viuda escandalosa».
Con mucho teatro atesorado en su mochila y con su propia compañía, volvió en 1963 para presentar en el Ópera de la calle Corrientes «Il gioco degli eroi» («El juego de los héroes»), una antología escénica sobre el tema del heroísmo, puzzle que incluía escenas de «Los persas», de Esquilo, y otros contemporáneos.
Una década después, en 1963, regresaría como invitado del ciclo televisivo «Casino Phillips», por Canal 13, donde actuó en un sketch junto a Carlitos Balá y el conductor Guillermo Brizuela Méndez, y fue figura central de una coproducción, con director y nombres famosos, acerca de la trastienda del cine.
En 1964 volvió para filmar «Un italiano en la Argentina» («Il Gaucho»), de Dino Risi (que venía de dirigirlo en «Los monstruos»), coproducción donde, según el guión propio, de Ruggero Maccari y Ettore Scola, interpretó a Marco, el jefe de relaciones públicas de una película italiana invitada del Festival Cinematográfico Internacional de la República Argentina, en Buenos Aires.
El grupo será recibido por efusivamente por un ingeniero italiano que ha hecho fortuna con un frigorífico. Pero Marco conocerá también la otra cara de la emigración italiana en Argentina de la mano de un viejo amigo, Stefano.
En verdad la historia transcurría en el Festival de Mar del Plata pero en aquel 1964 y por razones presupuestarias había sido trasladado a Buenos Aires, donde fue filmada, no obstante incluye un infaltable y compensador viaje de los protagonistas a Mar del Plata, donde se los ve paseando en la playa (donde se topan con un pingüino muerto, por el puerto, en el Casino Central y el Hotel Provincial.
La propuesta, también con Nino Manfredi, Amadeo Nazzari, Silvana Pampanini y por este lado del Atlántico. Guido Gorgatti como un guionista comunista, Nelly Panizza y Nora Cárpena, habrá una gran asado bonaerense, así como imágenes porteñas, el Alvear Palace Hotel, de la 9 de Julio, de día y de noche, con su tramo sur (todavía no demolido), y algunas en la calles adoquinadas típicas del barrio de la Boca, infaltable la de una inmensa cantina, donde en el horizonte se recorta la Bombonera del club xeneize. No hay que olvidar que Vittorio nació en Génova…
El estreno tuvo cierta postergación y duda, ya que funcionarios locales pusieron alguna objeción en cuanto a la mirada por momentos corrosiva, hasta despectiva, que los autores tuvieron de alguna cuestión local, observaciones expresadas por su protagonista, que además de ostentar soberbia, no parece tener pelos en la lengua.
En aquella oportunidad, puso en escena «Il teatro fa male», un espectáculo conformado por «Una carta a la academia», de Frantz Kafka; «El hombre de la flor en la boca», de Luigi Pirandello, y «Fa male il teatro», de Luciano Codignola, que mechó con intervenciones propias, incluso intercambiando ideas con el público en la platea.
La repercusión le permitió volver con «Solitudine» («Soledad»), una combinación de teatro, poesía y canciones según Jacques Prévert, Fedor Dostoievski, Pablo Neruda, Bertolt Brecht, Rafael Alberti y Herman Melville entre otros, en una gira junto a Paola Pitagora y el cantante Fred Bongusto, así como «El Tigre», del estadounidense Murray Schisgal y «El aeropuerto demasiado alejado», de Giuseppe Patroni Griffi.
En 1984, volvió con «Il teatro fa male», y en 1987 con «Poesía, la vida», donde recurrió a textos de Boris Vian, Henri Michaux y Pablo Neruda.
En 1992 puso en escena en el Coliseo «Ulises y la ballena blanca», su versión de Herman Melville, cuando fue invitado a la Casa Rosada por el entonces presidente Carlos Menem y por Mirtha Legrand a un almuerzo, a solas, por televisión.
Finalmente, en 1999, invitado por el II Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (FIBA), Gassman aceptó inaugurar la muestra, con «El adiós al matador». Se trataba de un homenaje a Luigi Pirandello (el monólogo «El hombre con la flor en la boca»), programado en el Teatro Colón que no pudo ser por estar en conflicto gremial, y terminó el Ópera, que dedicó a William Shakespeare y su adorado Edmund Kean, el gran actor especialista en El Bardo de comienzos del siglo pasado.
«Buenos Aires, antes que una ciudad extraordinaria, es un estado de ánimo, una sensibilidad viva, una cercanía ideal y llena de poesía», confesó al Corriere della Sera. y agregó que «Borges, paradójicamente, decía que en ciertas calles de Buenos Aires se pueden encontrar incluso tigres: es una ciudad que habla».
«Vine a despedirme a Buenos Aires porque esta ciudad ama tanto el teatro y porque en Italia no puedo hacerlo ya, después de haberme despedido… 15 veces.», dijo.
En Bahía Blanca, una ciudad que no conoció, desde hace dos años uno de los pasajes laterales que rodean al teatro municipal inaugurado hace 108 años, se llama Vittorio Gassman. A 21 años de su muerte, su nombre sigue en la memoria, escrito con mayúscula.
Fuente: Télam
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