Desde chicos de 10 años con sus papás, hasta punks que parecen salidos de un recital de 2 Minutos en 1995. Pocos eventos under convocan a un público tan ecléctico como Cybercirujas, un club itinerante contra el consumismo tecnológico, que congrega a nostálgicos de la tecnología de 8bits, la cultura del cyber de los 2000, geeks, amantes de los videojuegos, hacktivistas, recicladores de hardware, militantes del software libre y curiosos que quieren pasar una noche diferente.
DJs en vivo de música electrónica experimental, proyecciones, pinballs, arcades con “fichines” de los 80’s (y otros desarrollados en la actualidad por apasionados de este entretenimiento), una olla popular de hardware “obsoleto” para reparar, filas de computadoras de los 2000 recuperadas para juegos en línea y una feria nutrida para comprar memorabilia de la cultura pop, conforman el paisaje de este plan que, el sábado pasado a la noche -de 23 a 01- se llevó a cabo en el Polo Cultural Tacheles, en el centro porteño (Adolfo Alsina al 1400).
El club del Cyber Cirujeo se hace desde el 2021 y en Córdoba se realiza una vez por mes. Esta propuesta surgió de amantes del mundo del videojuego, el software libre como práctica política, el arcade artesanal, el arte electrónico, el hacktivismo, el underground de la informática y la resistencia contra la obsolescencia programada.
Robot, de Trucho Toys; Hernán Sáez de Videogamo; Moco, de shitty games; Uctumi, de cybercirujas y flashparty son algunos de sus integrantes y fundadores. A partir de cruzarse en espacios afines y de descubrir que todos ellos tenían computadoras viejas que podían reparar juntos, surgió hace siete años la idea de confluir todos estos intereses en este club. Cuando no lo están están produciendo, habitan profesiones como la docencia primaria y universitaria, la ingeniería electrónica, el diseño audiovisual y musical y el desarrollo de videojuegos.
“Durante la pandemia nos contactamos más. Como docente, me di cuenta que mis alumnos no tenían compus y empezamos a arreglar las que teníamos sin usar. En el profesorado donde estudiaba, el Mariano Acosta, me enteré que familias enteras se juntaban ahí para arreglar las PC de Conectar Igualdad para darles a los pibes. Yo fui varias veces y, desde ese momento, empezó a surgir la idea de hacer Cybercirujas. No solo por el sentido práctico, sino también como un lugar para activar políticamente desde la tecnología y, en paralelo, hacer un evento”, comenta Soldán, uno de sus creadores.
En los años 2000, uno de los puntos de encuentro barriales de los adolescentes era el, ya en vías de extinción, cyber. Los chicos que no tenían computadoras en sus casas, corrían a estos espacios después del colegio para chatear durante horas, buscar información sobre sus bandas de rock favoritas en internet, usar Fotolog, hacer la tarea con Wikipedia o jugar juegos en línea, como el clásico Counter Strike, por 25 centavos la fracción de 15 minutos.
Partidas eternas, que después se comentaban con una épica mística en los recreos, como también conversaciones infinitas en el MSN de chismes y levantes escolares, eran parte de este paisaje. Una cultura que se perdió con el avance de la tecnología móvil y los nuevos paradigmas del gaming, que atomiza las partidas virtuales.
“Nos gusta la joda y las computadoras. Pero también nos gusta el videojuego como punto de encuentro, que es lo que venimos fomentando. Juegos que, para jugarlos, hay que estar acá. Por eso hacemos eventos para que puedan venir pibitos, gente grande, de todo. Acá viene gente curiosa, nostálgica, con intereses artísticos, algunos un poco más introvertidos; y lo que nos gusta es haber logrado una mezcla de eso. Que venga el Cyberciruja con su hijo o su hija. Pero también el nostálgico, que viene a jugar al pinball que jugaba de pibe y ahora viene con su familia”, dice Moco, uno de sus fundadores. “Los chicos están como locos, súper sacados. Se sientan y, aunque no conocen el juego, enseguida le sacan la mano porque son muy intuitivos y clásicos. Los clásicos funcionan siempre”, sostiene Soldán.
“Que quede claro que lo que viste fue una de las cosas que hacemos, porque después regularmente se hacen juntadas de reparación y entrega de equipos” advierte Soldán sobre la fiesta del sábado pasado a esta cronista. “No solo hacemos joda nocturna, eso es solo una faceta. Cybercirujas no es solo una fiesta, de hecho, es lo que menos hacemos. Las jodas nos sirven para socializar, que se reúna la familia cyberciruja, recaudar guita para comprar componentes, mostrar las cosas que se puede hacer con equipos informáticos viejos, etc”.
Si bien en un pasado no tan remoto, que los electrodomésticos duren años era un valor agregado del producto, actualmente y en pos de los avances tecnológicos, lo más habitual es que los dispositivos tengan una pronta fecha de vencimiento. Las computadoras MAC, por ejemplo, que podrían durar una década o más, son destinadas al descarte prematuro por Apple porque la empresa no permite que sean compatibles con los nuevos sistemas operativos.
Los celulares tienen que cambiarse al cabo de dos o tres años, no porque dejen de funcionar, sino porque las aplicaciones no pueden actualizarse en modelos “viejos”. Y también está el factor del márketing aspiracional, que hace que un segmento importante de los consumidores (según la ONU, el 75% de personas a nivel global de más de 10 años tiene un celular) esté obsesionado con los modelos nuevos.
La obsolescencia programada, que es como se define a este fenómeno, es uno de los disparadores de los 50 millones de toneladas de desechos electrónicos que se generan por año, según datos del programa Medio Ambiente de la ONU. “En los residuos electrónicos encontramos materiales peligrosos como metales pesados: mercurio, plomo, cadmio, cromo, arsénico o antimonio, los cuales son susceptibles de causar diversos daños para la salud y para el medio ambiente”, señala un informe de National Geographic. “Una batería de níquel-cadmio de las empleadas en telefonía móvil puede contaminar 50.000 litros de agua”, asegura este artículo. Curiosamente, muchos de los componentes de hardware considerados “basura” son metales valiosos, como cobre, platino y paladio que, reciclados, podrían representar una suma de 55 mil millones de euros.
“La absolesencia programada empieza a principios de Siglo XX, cuando se empiezan a desarrollar los primeros focos de luz”, explica Soldán sobre estos artefactos que, en sus orígenes, podían durar décadas. “Eso no convenía en la industria que fabricaba los focos, entonces empezaron a manufacturarlos para que duracen menos. Hay un caso muy típico que es un foco de esa época que todavía está funcionando y tiene más de 105 años. En la informática sucede esto cada vez más. Los dispositivos tienen menos durabilidad, fundamentalmente los móviles, es decir, los teléfonos celulares, tablets, etc”, señala.
La propuesta de CyberCirujas va a tono con movidas como el “Slow Fashion”, una mirada sobre el mundo de la moda cada vez más extendida, sobre todo entre los sub 25, que son, en términos estadísticos, quienes están más preocupados por la contaminación ambiental. Esta tendencia, que también es un posicionamiento político, funciona como una resistencia al consumo voaz de prendas manufacturadas en talleres precarizados, donde se fabrica ropa cada vez más más descartable, siendo esta la segunda industria más contaminante del mundo. Usar ropa de segunda mano, ponderar productos por su durabilidad y no por si están de moda y reciclar telas descartadas son algunas de las prácticas
-Soldán, ¿cuál es uno de los mayores problemas de la obsolesencia programada en la tecnología?
-Es un problema enorme, porque los dispositivos electrónicos tienen un alto costo ecológico de su fabricación. No es tanto el costo de la energía que precisan para funcionar, sino el costo energético de fabricarlos y la huella de carbono asociado a esto. Las computadoras no nacen de la tierra, justamente todo lo contrario, es un bien que para fabricarlo tenés que depredar el ecosistema a niveles obscenos; necesitás extraer muchísimos materiales, sobre todo minerales raros, que se consiguen mediante minería a cielo abierto y, muchas veces, también con trabajo esclavo. Como ocurre en el Congo, donde se extrae el cobalto que se utiliza para fabricar baterías.
-¿Cómo búsca el club abordar este tema?
-En principio concientizar con respecto al costo ecológico y porqué tenemos que extender la vida útil. Y por otro lado esto que hacemos: tratar de generar instancias de militancia que tengan que ver con la tecnología, que planteen otro uso más conciente, generando una movida que tenga que ver con la reparación y la economía circular. Por suerte en Sudamérica no somos de tirar tan fácilmente, porque la necesidad hace que las guardemos y las tengamos que reparar. Pero en el Norte Global todo el tiempo tiran todo el tiempo computadoras que son muy nuevas. En cambio, acá vamos a sacar el jugo completamente.
-Además de ser hacktivista sos docente en una escuela primaria de ciencias sociales y prácticas del lenguaje. ¿Hablás de este tema con los chicos? ¿Qué piensan? ¿Se interesan?
-Si, por supuesto. He hecho instancias de cybercirujeo en el aula, juntando compus que estaban perdidas en el cole, reparándolas y poniéndolas en funcionamiento. También siempre los invito a estos eventos para que conozcan que uno se puede acercar a la tecnología desde otro costado completamente distinto
-¿Cómo pensás que se le podría exigir al estado respuestas a esta problemática para dar soluciones?
Se pueden empezar a pensar estrategias de legislaciones que tengan que ver con la reparabilidad de los objetos. En Europa empezaron a pensar legislaciones, como ocurrió en Francia, que tienen que ver con la reparabilidad de los dispositivos. Lo que pasa es que supongamos que acá se quiere hacer eso, ¿cómo podríamos aplicarla si todas esas cosas son importadas? Nosotros somos un mercado ínfimo. Son cuestiones estructurales del capitalismo, la cultura del “use y tire” sin ningún tipo de conciencia. Entonces la base sería cuestionar ese capitalismo depredador híper consumista que hace que la tecnología sea un bien descartable.
Fuente: Télam
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