Chogüí amaba las aves. Imitaba sus cantos tocando la flauta en un claro de la selva. Ellas respondían con la melodía de sus trinos. Un día un picaflor se acercó desesperado. Sus pichones estaban en lo alto de un árbol invadido por “hormigas asesinas”. El niño corrió en su auxilio. Trepó al árbol y llegó hasta el nido, que dejó caer sobre la hierba. Las crías se salvaron, pero las hormigas aguijonearon su cuerpo: Chogüí calló al vacío y murió. Todas aves del bosque rodearon el cuerpo y lo cubrieron de flores de color azul, las favoritas del niño. También pidieron a Tupá, creador de la luz y el universo, que lo salvara. De la montaña de flores levantó vuelo un pájaro azul cantando “chogüí, chogüí”, que desde entonces juega en los naranjales del Litoral y se confunde con el cielo.
Probablemente Rosa Guarú contará esta leyenda guaraní a José Francisco, que al igual que Chogüí, amaba a las aves y a su canto. José era el menor de cinco hermanos y había nacido allí, en Nuestra Señora de los Tres Reyes Mayos de Yapeyú, hoy provincia de Corrientes, el 25 de febrero de 1778, hijo del capitán del ejército español Juan de San Martín y Gómez y de Gregoria Matorras.
Rosa era la niñera de José. Fue ella quien entre cantos, historias y cuidados lo acompañó en sus primeros pasos. También quien le enseñó la lengua de su pueblo, que tanto se parece a la música. El futuro Libertador de América se interesó así por los guaraníes, se acercó a la naturaleza sin intentar conquistarla, se alimentó de aquellos cuidados maternales.
“Rosa Guarú era guaraní e influyó en el interés de San Martín por los pueblos originarios, por su cultura, y va a tener siempre un gran respeto por ellos”, cuenta a Telám el historiador Felipe Pigna, quien destaca el papel que jugó aquella mujer india en los primeros años de vida del Padre de la Patria.
“Además de su importancia en la primera educación, de su pertenencia a los pueblos originarios, Rosa fue quien le enseñó a San Martín a distinguir el canto de los pájaros, a conocer la lengua guaraní, y todo eso quedó grabado en él para siempre”, agrega.
Rosa Guarú, incluso, pudo haber sido la verdadera madre de San Martín. Al menos eso creen algunos historiadores. “Es una hipótesis que no se puede confirmar sin un ADN, pero que circuló con mucha fuerza en los años 90 y se basa en las revelaciones de Joaquina de Alvear, hija de Carlos María de Alvear, quien decía que era la sobrina de San Martín”, detalla Pigna.
Según el investigador “estos dichos dan a entender que tanto Carlos de Alvear como San Martín eran hijos de Diego de Alvear, quien efectivamente pasó por Yapeyú en aquellos momentos, un año antes de que naciera San Martín, por lo que hay algunos indicios de que pudiera ser hijo de Diego de Alvear y Rosa Guarú. Llama la atención también que el único San Martín que tiene niñera estando en Yapeyú sea José”.
Después de un breve paso de un año por Buenos Aires, donde José tuvo una primera escolarización, los San Martín parten hacia España. José Francisco tenía sólo cinco años y pronto seguirá los pasos de su padre.
La familia se instala primero en Madrid, luego en Málaga. El 15 de julio de 1789, al día siguiente de que en París estallara la Revolución Francesa, es aceptado como cadete en el Regimiento de Infantería de Murcia.
“A los 11 años ingresa al Ejército, algo que era habitual para la época”, comenta Pigna, y agrega que “ya a los 13 está combatiendo en Argelia y Marruecos, posesiones españolas en el norte de África, donde integró el cuerpo de Granaderos, que eran quienes manejaban los explosivos, las granadas”.
Pertenecer al cuerpo de Granaderos era voluntario, ya que sus misiones eran muy arriesgas. San Martin recibe los primeros ascensos y reconocimientos. Será ascendido a teniente coronel y condecorado con la medalla de oro por su actuación en la batalla de Bailén el 19 de julio de 1808. “Permanecerá como granadero hasta los 15 años, demostrando mucho coraje, destacándose entre sus compañeros”, subraya el autor de “Los mitos de la historia argentina”.
Pero Europa comenzaba a arder. Y la primera chispa se encenderá en París. “Para San Martín fueron muy importantes las ideas de la Revolución Francesa, que conoce por su interés por la política. Él era un liberal en el buen sentido de la palabra, que en la Argentina nos suena un poco rara después de ciertas experiencias. Los liberales de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX era gente que adhería a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución de 1789”.
“San Martín tiene una especial admiración por Voltaire, lo que se nota en las recompras de su biblioteca””
Además, el Ejército español tiene un alto nivel de politización, que aumentará con la invasión francesa en 1808. “Esto a San Martín le permite, por ejemplo, estar un tiempo en Marsella, donde compra una gran cantidad de libros prohibidos en España por la Inquisición, libros de ideólogos de la Revolución como Voltaire, Rousseau o Montesquie”, enumera Pigna.
“San Martín es un gran lector de estos pensadores. Tiene una especial admiración por Voltaire, lo que se nota en las recompras de su biblioteca. Fue un gran donador de bibliotecas. Funda la de Mendoza, la de Santiago, la de Lima. Va recomprando los libros que para él son imprescindibles y siempre está, por ejemplo, la ‘Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas’ de Voltaire. También ‘El Quijote’, que es un libro que lo apasiona”, agrega.
Las lecturas sobre “las nuevas ideas”, la épica que encarnaba el Romanticismo en boga en la primera parte del siglo XIX europeo y el triunfo de la Revolución Francesa influyeron muy fuertemente en San Martín. También lo hicieron en otros patriotas latinoamericanos como Andrés Bello, Francisco de Miranda, Bernardo O’Higgins, Simón Bolívar, con quienes fundará la logia de Cádiz y se juramentará volver a América para luchar por su liberación.
En enero de 1808, las tropas de Napoleón invaden Portugal y después el resto de la península Ibérica. Carlos V entrega el reino de España a su favorito Manuel Godoy y éste a Fernando VII, quien finalmente dimitirá en favor de José Bonaparte. Pero el pueblo español organiza la resistencia. Será a través de juntas de gobierno instaladas en las principales ciudades, coordinadas por la de Sevilla. Desde las juntas, en unas más que otras, se impulsará también la democratización del reino. Y el fin del absolutismo. Además, serán la inspiración de los patriotas americanos. Y el atajo hacia la libertad en las colonias. Sin embargo Napoleón, quien había sido una inspiración, en tanto portador de los ideales de la Revolución y primer internacionalista, se convertirá en un problema para los partidarios de un orden nuevo.
“Si bien Napoleón representa los ideales de la Revolución, en el caso de España actúa como un opresor”, sentencia Pigna. “Una parte importante de la intelectualidad europea admiró profundamente a Napoleón hasta el punto de crisis de su popularidad, que es cuando se autoproclama emperador”, detalla.
Y recuerda: “Esto vale, por ejemplo, para Beethoven, que era un gran admirador de Napoleón al punto de que le dedica la Tercera Sinfonía, cuya dedicatoria borrará con furia porque entiende que traicionó los ideales revolucionarios al convertirse en emperador”.
“Lo mismo le pasa a San Martín, que admiraba a Napoleón pero lo ve actuar con mucha crueldad invadiendo España, independientemente de que el rey Fernando VII era un ser despreciable”, subraya el autor de “La voz del gran jefe. José de San Martín”.
Pero con la llegada de Bonaparte a España estalla también la experiencia de las juntas, que permitió sacarse de encima al Virrey Cisneros en Buenos Aires y disparar un tiro por elevación contra el absolutismo, permitiendo asomar los ideales democráticos.
“La experiencia española de las Juntas es una experiencia muy democrática. El pueblo español quería sacarse de encima a Napoleón y, dentro de ese pueblo, había mucha gente que también detestaba el autoritarismo absolutista y pretendía instaurar una Constitución liberal, como fue la de 1812”, asegura a Télam el historiador. Y adiciona: “Esto va a provocar diferentes alzamientos, como el de Rafael del Riego en 1820, que termina imponiéndole a Fernando VII, que había vuelto al trono en 1814, una Constitución liberal”.
“Esto es lo que hay que entender cuando se habla de la participación de San Martín en el Ejército español. Él lo dice claramente: la lucha contra el absolutismo no tiene fronteras y se puede luchar en Europa y se puede luchar en América”, concluye.
El interés de Inglaterra por imponer el libre comercio para favorecer su incipiente industria manufacturera, los procesos independentistas en América del Sur y la posterior y funesta participación inglesa en la región suelen confundirse, a punto de estimular simplificaciones y minimizar procesos y protagonistas.
“Para los revolucionarios de la época Inglaterra era una suerte de modelo de gobierno, teniendo en cuenta las pocas referencias que había entonces. Voltaire mismo queda maravillado. Cuando estaba en Inglaterra, en el último cuarto del siglo XVIII, había allí un régimen parlamentario, un rey cada vez más simbólico y cierta libertad de prensa, algo que no existía en muchos países de Europa”, repasa Pigna.
Aquellas características contrastaban con la opresión, inequidad y ahogo que expresaban las monarquías absolutas de la Europa continental. Por ello, para el autor de “Libertadores de América”, ese modelo “aparecía como interesante desde el punto de vista político, con un parlamentarismo fuerte y los grandes debates que se daban en la sociedad, con sus periódicos, sus sociedades secretas, etc”.
Sin embargo, que Inglaterra fuera un modelo a seguir para muchos latinoamericanos no debe confundirse, según el historiador, “con ser un agente inglés ni con promover la dependencia de Gran Bretaña”.
Y ejemplifica con la actitud de San Martín cuando en 1815 Carlos María de Alvear propone la entrega del Virreinato del Río de la Plata a Gran Bretaña, desesperado por la inminente caída de Napoleón y frente a las expediciones que empezaba a mandar Fernando VII.
“Que Inglaterra fuera un modelo político a seguir no significaba ser un agente inglés ni con promover la dependencia””
“El Director Supremo Alvear -recuerda Pigna- decide entregarnos a Gran Bretaña en la famosa misión que le encomienda a Manuel José García ante Lord Strangford, embajador británico en Brasil. San Martín se opone tenazmente a esto. Si hubiera sido un agente inglés le hubiera sido muy sencillo acompañar a Alvear”.
Pero San Martín no solo no lo acompañó, sino que promovió “la denuncia de Alvear y la denuncia de traición a la Patria. Esto no significa que no admirara al modelo británico que aparecía, junto al americano, como más interesantes desde el punto de vista político”.
Ante el clima represivo que constituían el absolutismo y la Inquisición, y donde el poder terrenal del papado se extendía mucho más allá de las cuestiones espirituales, conspiradores y revolucionarios se organizaban en secreto y de manera clandestina. Pigna recuerda que “había logias de distinto tipo” y que las más importantes eran las logias masónicas, que tuvieron una importante participación en las revoluciones liberales del siglo XVIII.
“En la revolución norteamericana -destaca- toda su plana mayor era masónica y los íconos revolucionarios están plagados de sus símbolos, como el dólar y esa pirámide que es símbolo masónico. Ahí están Washignton, Jefferson, Adams, todos ellos masones. Otro tanto sucedió con la Revolución Francesa”.
Básicamente se trataba de sociedades secretas que “luchaban contra el absolutismo, contra el poder de la Iglesia Católica, no contra el poder de la religión, sino contra el poder terrenal de la Iglesia, contra el papado, contra el absolutismo y por la república, la independencia y la Constitución, que eran los slogans que habían surgido en la pionera revolución norteamericana de 1776”.
Defender estos principios era sinónimo de ser masón en las primeras décadas del siglo XIX. Y la forma de organización eran las logias, como lo fue la Logia Lautaro que integrarían tanto San Martín como Manuel Belgrano, además de muchos otros patriotas latinoamericanos.
“Ser masón significaba eso y tener cierta pertenencia, no necesariamente absoluta. San Martín es un ejemplo interesante. Cuando se produce la traición de Alvear rompe con la Logia Lautaro, cosa no frecuente en la masonería, y forma su propia logia, tanto en Mendoza como en Santiago y en Lima, desobedeciendo a la logia de Buenos Aires”, relata el estudioso.
Pero todo esto va a empezar a cambiar a medidos del siglo XIX, cuando según Pigna “la masonería ya es un club de poder, como quizás lo es hoy en algún sentido. Llegará a ser muy fuerte en la Argentina a partir de la presidencia de Mitre, y con Urquiza antes, donde tenemos una enorme cantidad de presidentes masones que, por ejemplo, antes de asumir la presidencia presentaban su programa de gobierno ante la masonería”.
“Después de la Revolución de Mayo San Martín ve que hay una guerra declarada y que hace falta alguien que ordene esa guerra””
Mientras en Europa se sucedían la guerra y las conspiraciones, en América la revolución ya estaba en marcha. El 14 de septiembre de 1811 San Martín se embarca hacia Londres, donde pasará cuatro meses. Allí entrará en contacto con la Gran Hermandad Americana, logia fundada por el patriota venezolano Francisco de Miranda y de la que la Logia de Cádiz será una rama. También se reunirá con políticos vinculados al gobierno británico que le hacen conocer el llamado “Plan Maitland”, que promovía la emancipación de Buenos Aires, Chile, Perú y Quito.
“Después de la Revolución de Mayo, San Martín ve que hay una guerra declarada y que hace falta alguien que ordene esa guerra, que es muy desventajosa para los americanos”, asegura Pigna. Y agrega: “Sabe que tiene la capacidad de hacerlo después de tantos años en el ejército español, y ahí decide. A partir de un ardid, de engañar a la oficialidad española con la supuesta necesidad de un viaje familiar a Perú, logra que le conceden una licencia, viaja a Londres y de allí al Río de la Plata”.
En enero de 1812 San Martín se embarca en la fragata inglesa “George Canning“ rumbo a Buenos Aires. La historía, entonces, comenzará a escribirse en el sur del mundo.
Fuente: Télam
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