La ópera «Fausto», adaptación de Charles Gounod de la primera parte del emblemático texto de Johan Wolfgang von Goethe, que concentra en su protagonista la arrogancia y soberbia del ser humano y su imposible deseo de vencer el paso del tiempo, abrió la noche del martes a sala llena, y con aplausos de pie la temporada del Teatro Colón de la Ciudad de Buenos Aires.
¿Quién es Fausto? Fausto es el ser humano intentando ponerse por encima de lo divino y, por ende, de lo infernal. Es la intención del hombre de negar todo lo que fuera espíritu, abrazando la materia y los placeres carnales. Pero no en vano, Fausto encuentra su salvación en el amor puro de Margarita y es aquí donde Mefistófeles debe comprender que ha perdido.
«Fausto -escribió el director de escena, vestuarista, escenógrafo y coreógrafo Stefano Poda- logra in extremis concluir el Pacto con Mefistófeles. Un pacto hecho consigo mismo, con la vida, con el género humano. (…) Su único deber será llegar a la ronda final con el punto decisivo en la mano, a saber, el sentido de la existencia».
Esto, en la obra de Gounoud; no así en la de Goethe, quien interpretó el mito de Fausto en modo de tragedia, como la decena de escritores que lo han mostrado al mundo (el británico Christopher Marlowe la tituló sin eufemismos como «La trágica historia del doctor Fausto»). En palabras de su director musical, Jan Latham-Koenig. a esta agencia: «Esta es la versión francesa. Creo que a los franceses no les gusta los finales que no son felices y esta obra tiene más que ver con la tradición de la ópera francesa en ese período».
No se sabe mucho del origen del mito de Fausto, algunos lo citan en Alemania en el Siglo XVI con la aparición de un folletín en el que narraba la vida de un encumbrado alquimista que, deseoso de juventud eterna, le vende el alma al Diablo.
A lo largo de la historia, varios fueron los escritores que le dieron su punto de vista a Fausto, con leyendas en Polonía y hasta la posible existencia de Fausto en una aldea alemana en el Siglo XVI. El novel Thomas Mann ha escrito el suyo, mientras que varios directores, como Aleksander Sokurov o Friedrich Wilhelm Murnau lo llevaron a la pantalla grande.
La ópera, por su parte, fue escrita en 1859, durante el Segundo Imperio francés y quizá por ello es que, intentando dejar de lado las sangrientas batallas post Revolución Francesa, el público estaba deseoso de espectáculos que dieran esperanza.
Para la puesta de la noche del martes, Poda dispuso un círculo gigante que por momentos cubría a los actores y, por otros, los dejaba fuera, como si se tratara del gato y el ratón. Carismático, Mefistófeles (interpretado maravillosamente por el bajo ruso Aleksei Ttikhomirov) lo hace entrar al juego a Fausto (el tenor armenio Liparit Avetisyan), hasta que este se da cuenta de que su deseo de entregar el alma por la juventud eterna lo dejará lejos de su amada Margarita (la soprano rumana Anita Hartig). Entre los cantantes consiguieron momentos máximos como trío, que arrebaron vítores desde las plateres por la precisión y profundidad en la armonía vocal.
En los tres primeros actos, de una duración de 60 minutos, dentro del círculo gigante, Fausto se debate en su vejez entre líbros, como símbolo del conocimiento terrental que está circunscripto dentro de la infinitud del Cosmos. Allí, Mefistófeles hace su aparición y fiel a como debe ser una de estas entidades, no miente: desde el primer momento le dice que al final del recorrido, su alma deberá pertenecerle.
El coro estable del Teatro Colón, con su centenar de cantantes, estuvo a cargo de lo que en la obra de Goethe pueden ser los Fuegos Fatuos o el Coro de Ángeles que, desde un lugar u otro, advierten o estimulan a Fausto para tomar sus decisiones.
En una brillante elección de vestimenta roja, el coro contrastaba con las paredes negras y blancas que se intercalaban entre la tierra y el infierno. En un momento son jóvenes lascivos prontos a partir hacia el frente, en otros son los soldados realizando la célebre marcha, o también los convocados al velorio. Los contrapuntos vocales son notables.
Para el cuarto acto, Poda decidió pegar dos árboles marchitos en la circunscripción del círculo. Serían el árbol de la vida y el árbol del conocimiento que, secos, se dejan a la ambigüedad: ¿será lo que Fausto perdió o lo que, en realidad, es Mefistófeles? Ambos suben y bajan del enorme anillo, a la vez que se miden y se ayudan en su descenso al infierno.
También tuvieron su momento los figurantes bailarines como las almas ya perdidas, en el momento clave de la obra: Fausto consigue hacer correr el tiempo, lo que significa un avanzar, superarse y redimirse; aquí puede radicar «el sentido de la existencia», al que hace referencia Poda. Mientras tanto, Mefistófeles, en vano, intenta detener al reloj de arena, para, así, frenar cualquier tipo de evolución del espíritu humano.
La obra de tres horas, con dos intervalos de 15 minutos cada uno, se repite este miércoles, el jueves, el sábado, el domingo y el martes, pero, como sucede en estos casos, con cambios de elenco.
Fuente: Télam
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