¿Qué harías si estás de vacaciones en la costa argentina y te llaman para hacer un trabajo en la Antártida… al día siguiente?
Así empezó este viaje inesperado a un lugar inimaginable. De repente, con cerca de 40 grados de sensación térmica, estaba probándome un traje para el frío más austral de nuestro territorio.
La aventura comenzó en el aeropuerto militar de El Palomar, en el Gran Buenos Aires, donde tras una serie de trámites y procedimientos abordamos un avión Hércules rumbo a la Base Marambio.
El Hércules C-130 es una aeronave de la Fuerza Aérea que traslada pasajeros y todo tipo de insumos necesarios para el sector antártico. Es el único avión que ingresa desde el continente y los vuelos que realiza dependen enteramente de que las condiciones climatológicas lo permitan.
Tres días en la Base Marambio
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Ese sábado de la primera semana de marzo que viajamos a la Antártida todavía hacía mucho calor en Buenos Aires y en gran parte del país. Al llegar a El Palomar, cerca del mediodía, entregamos un certificado médico y nos realizaron un hisopado de Covid-19. Esperamos el resultado y una vez obtenido el diagnóstico negativo, nos entregaron un bolso azul enorme, en el que perfectamente cabía una persona de contextura pequeña, cargado con ropa de abrigo.
Luego, nos probamos las prendas para tener la opción de cambiarlas por un talle más grande o más pequeño, aunque lo mejor es que todo quede un poco holgado porque debajo de ese traje antártico se usa más ropa, como calzas y camisetas térmicas o pantalones y sweaters, si no llevaste nada térmico.
El «outfit» consiste en un enterito con tirantes y puños en los tobillos, además de una sobretela que cae sobre la caña del calzado; un gorro polar con la bandera argentina; unas gafas de esquí; unos guantes enormes muy calentitos pero que prácticamente no te permiten usar las manos; la mejor campera de abrigo que usé en mi vida (la clásica naranja que se ve en las fotos de Antártida y debajo una color turquesa más ceñida al cuerpo); y unas botas para la nieve de diferentes modelos, algunas bastante antiguas y otras más modernas, pero todas muy abrigadas.
Comienza la travesía
Antes de este viaje, nunca había subido a un Hércules. Ni siquiera había visto uno de cerca. Las imágenes que mi mente asociaba a este tipo de aviones provenían de películas con soldados estadounidenses, de esas que Hollywood produjo en cantidad a lo largo de la historia del cine.
El Lockheed C-130 Hércules es una aeronave creada en los años 50 en los Estados Unidos y es utilizada por diferentes fuerzas aéreas del mundo. Durante el viaje, algunos periodistas pudimos ingresar a la cabina de vuelo (sin teléfonos ni cámaras, por cuestiones de seguridad) y allí nos explicaron que todos los sistemas de aviónica, navegación y comunicaciones habían sido completamente modernizados.
Los lugares disponibles en la aeronave iban ocupados por científicos e investigadores, militares y un grupo reducido de comunicadores, entre los que me encontraba yo, escapada de las vacaciones y ansiosa por conocer el continente blanco.
Al subir al avión, nos preguntaron si teníamos tapones para los oídos porque el ruido durante el vuelo es ensordecedor. En mi caso particular, llevaba unos tapones de silicona que suelo tener a mano cuando viajo y noté que quienes realizan más habitualmente este vuelo llevan unos protectores auditivos como auriculares tipo cascos, pero muchos pasajeros no previeron este inconveniente y utilizaron unos tapones de cera que les entregaron en ese momento.
El vuelo no va directo a la Antártida. Hicimos una primera parada en Bahía Blanca para cargar combustible y luego llegamos a una base militar en Río Gallegos, Santa Cruz, donde cenamos y pasamos la noche. Al día siguiente, con buenas condiciones meteorológicas, continuamos el vuelo hacia Marambio. El viaje es largo. Bah, en realidad, no tanto, pero entre la incomodidad de los asientos, la ausencia de ventanas, el ruido que no te permite conversar y la ansiedad por llegar, se siente largo. Tardamos aproximadamente 3 horas y media.
Durante noviembre y diciembre viajan principalmente las dotaciones que permanecen en las bases argentinas durante la llamada Campaña de Verano, que suele extenderse hasta el mes de marzo, y también el personal militar que vivirá en la base a lo largo de todo un año. A partir de abril, la llegada del Hércules a la Antártida Argentina es menos frecuente por la inclemencia meteorológica.
Llegar a la Antártida
La Base Conjunta Antártica Marambio es la principal estación científica y militar permanente de Argentina y una de las principales de toda la Antártida. Se encuentra a una distancia de 3.600 kilómetros de Buenos Aires y 2.800 kilómetros del Polo Sur, fue fundada el 29 de octubre de 1969, y es la única argentina con pista de aterrizaje para aviones de transporte de carga y pasajeros.
Tras aterrizar. primero bajaron la importante carga que trasladaba el Hércules y recién luego nos permitieron descender del avión. En ese preciso momento nos dispusimos, emocionados, a registrar todo con nuestros teléfonos. Mis ojos azorados no alcanzaban a captar la inmensidad de ese blanco sin fin, interrumpido solo por el Océano Antártico, donde flotaban una gran cantidad de icebergs.
La tarde estaba soleada y la claridad del cielo permitía una gran visibilidad. El suelo se encontraba completamente cubierto de nieve a causa de un temporal de los días previos. Por algunas fotografías de la Antártida es posible hacerse una idea de cómo es el paisaje, pero pisar ese territorio es sumamente emocionante. Tan lejano e inexplorado, tan importante para la ciencia y la soberanía.
Pasado el desorden inicial del arribo, los militares que nos recibieron lograron por fin organizarnos en una fila para salir de la pista y poco después nos informaron sobre una cantidad de protocolos, instrucciones, recomendaciones y tiempos establecidos para las actividades comunes.
La base consta de una serie de construcciones donde se realizan las diferentes tareas que desempeña el personal. En el edificio principal están la cocina y el comedor, algunas oficinas, una biblioteca, un gimnasio, la sala de atención médica, el Módulo Antártico de Producción Hidropónica y otras instalaciones, como dormitorios y baños.
Concluido el almuerzo del primer día, el comodoro Federico Vassallo, jefe de la Base Marambio, nos brindó a todos los recién llegados una charla acompañada de una proyección, donde nos explicó todo lo indispensable.
Puntos de especial atención son el uso del agua y el manejo de los residuos. Según nos dijo Vassallo, el agua se obtiene con un sistema de deshielo y se purifica y envasa en bidones para que pueda ser consumida. Los días en los que está permitido bañarse son lunes, miércoles, viernes y sábados. Los residuos, por su parte, deben ser cuidadosamente clasificados porque luego son trasladados al continente en el rompehielos Almirante Irízar para su posterior tratamiento.
Otro de los temas que desarrolla cuidadosamente el jefe de la base es el de la prevención de accidentes, ya que cualquier inconveniente de salud puede convertirse en un gran problema en este lugar, donde el repliegue sólo puede realizarse mediante el avión Hércules y cuyos viajes están sujetos a las condiciones del clima.
Durante la charla, el comodoro se muestra orgulloso de su equipo, destaca la solidaridad y el trabajo diario de todo el personal, que está compuesto por 75 personas de la dotación permanente (que reside durante todo un año) y asciende a unas 160 durante la Campaña de Verano.
La vida en la base
La isla en la que se encuentra la Base Marambio tiene alrededor de 14 kilómetros de longitud por 8 kilómetros de ancho y todos los edificios están comunicados por pasarelas construidas a cierta altura para que no queden cubiertas por la nieve.
La sala de atención médica se encuentra en el edificio principal, cuenta con un buen equipamiento y está a cargo del teniente Diego Oyola, un traumatólogo cordobés que trabaja junto a una enfermera y un enfermero. Mientras ceba unos mates, el doctor me explica en qué consiste su trabajo y cómo tuvo que prepararse para cumplir la misión que asumió este año. Debe atender todo tipo de emergencias, hasta las odontológicas, que según relata son bastantes comunes a causa de los fríos tan extremos.
Los sábados a la noche, en Marambio se cena pizza y los domingos al mediodía se turnan para hacer asado, me cuenta la suboficial chaqueña Estela Arce, encargada del módulo de producción hidropónica, al tiempo que me muestra el crecimiento de unas cuantas plantas de rúcula, lechuga y perejil, que desde hace un año están pudiendo producir mediante esta técnica de cultivo y que ya complementan la alimentación del personal gracias a las primeras cosechas.
Además de ser una base estable, Marambio es el punto de llegada de militares, científicos e investigadores que viajan a las otras bases, ya sea para realizar algún trabajo específico o para residir en esos otros territorios por un tiempo determinado. Argentina administra 13 bases en la Antártida, de las cuales siete son permanentes (operativas todo el año) y el resto, temporarias (operativas sólo en verano). Los helicópteros Bell 212 son los encargados de trasladar personal, insumos y materiales entre estas diferentes bases argentinas.
Durante mi estadía, conocí a un grupo que se encontraba desarrollando una misión tecnológica en la Antártida y se había establecido previamente en la Base Esperanza y en la Base Petrel para realizar sus investigaciones. En los meses de verano, los científicos montan campamentos en los diferentes territorios y allí permanecen durante el tiempo necesario para desempeñar su tarea.
Este grupo, coordinado por el mayor del Ejército Alejandro Paz, oficial de enlace con el Comando Conjunto Antártico (Cocoantar), está compuesto por 25 personas y algunas de ellas se encontraban en la Base Marambio a la espera de un avión Hércules que los regresara a Buenos Aires. Una historia que se repetía: quienes viajan a la Antártida para hacer un trabajo específico no saben con exactitud cuando vuelven porque esa decisión depende de muchos factores, entre ellos, por supuesto, el clima.
Todo depende del clima
Al día siguiente de nuestra llegada a puro sol, el clima cambió rotundamente. El cielo se nubló por completo y comenzó a soplar un viento fuerte y helado que penetraba hasta los huesos. La sensación térmica descendió drásticamente y empezamos a notar lo inestable de la variable climática.
Mi trabajo de entrevistas continuó, aunque la posibilidad de recorrer las pasarelas y edificios disminuyó notablemente. Ese día la temperatura llegó a los 10 grados bajo cero de sensación térmica.
Obviamente, los ambientes están bien calefaccionados, sobre todo el comedor durante el día y los dormitorios por la noche. Gran parte de la energía que se produce se utiliza con este fin porque, como me explicó el jefe de la base, en invierno las marcas pueden alcanzar los 50/55 grados negativos de sensación térmica.
Ya en el primer almuerzo nos había sorprendido lo deliciosa que era la comida, pero cuando la cabo Claribel Torres, la primera mujer operadora de terminal aérea de la Base Marambio, me lo mencionó durante la entrevista tomé real dimensión de lo importante que se vuelve cada detalle de la vida cotidiana en la Antártida. “Después de un día largo de trabajo, tener un plato de comida caliente y rica, se valora un montón”, me dijo.
En Marambio hay dos cocineros fijos y algunos ayudantes que para preparar los almuerzos y las cenas de todo el personal. Usan las provisiones que llegan principalmente en el rompehielos Almirante Irízar una vez al año, se trasladan en los helicópteros y se guardan en una gran despensa construida en el mismo edificio que trabaja la cabo Torres, quien se ocupa de la carga y descarga de las aeronaves.
El tercer día de mi estadía en la Antártida amaneció nevando. Frío, muy frío y con una visibilidad que no superaba los 100 metros. Literalmente no se veía nada. Solo una bruma y una especie de llovizna hecha nieve. Ya no había horizonte ni mar que nos rodeara. Era un escenario completamente diferente y solo habían pasado dos días de aquel paisaje blanco y luminoso de nuestra llegada.
Cuando entrevisté al jefe del Aeródromo, el capitán Favio Vasek, dos tractores limpiaban la pista de aterrizaje que se había vuelto invisible por la cantidad de nieve. La pista vicecomodoro Gustavo Marambio es la puerta de entrada al continente blanco. Se inauguró en el año 1969, mide 1.208 metros de largo por 40 metros de ancho y, según me explicó Vasek, requiere un mantenimiento constante por las condiciones tan extremas y variables del clima.
Al subir a la torre de control, que habitualmente tiene una vista privilegiada pero aquella tarde la rodeaba una densa niebla, conversé con el cabo Nelson Sánchez, operador de información aeronáutica, originario de Corrientes y uno de los más jóvenes de la base. Su testimonio me emocionó. Tiene 26 años y llegó a la Antártida durante la Campaña de Verano cumpliendo un sueño. Me habló de “hacer patria” y me dijo que esperaba poder volver para realizar la misión durante todo un año.
Se suponía que debíamos regresar a Buenos Aires al día siguiente, pero todas las personas con las que entablaba un diálogo lo ponían en duda. No había visibilidad y las predicciones meteorológicas alertaban sobre un posible temporal. Si no podíamos volar aquella mañana, quién sabe cuándo sería la próxima oportunidad.
El final del viaje
Esa noche dormimos alertas. Con el equipaje listo y algunos con la ropa puesta. Nos avisaron que a las 5 de la mañana teníamos que estar despiertos y a las 6 en el comedor desayunando, a la espera de las indicaciones del personal militar. Al levantarnos ya era de día. Nublado y gris pero con luz. Las noches en el verano de la Antártida son muy cortas, contrariamente al invierno, cuando llegan a ser casi interminables.
Tomamos café y esperamos. El Hércules estaba por llegar pero las condiciones climatológicas no eran buenas. Nos trasladaron hasta el aeródromo y en el establecimiento que hay junto a la pista nos reunieron para escuchar el mensaje de la cabo Torres. Se presentó y nos explicó en un tono serio -completamente diferente al que había tenido conversando conmigo en la entrevista- que el avión iba a aterrizar pero teníamos que subir con los motores encendidos porque la ventana meteorológica era muy estrecha y todo debía realizarse en un mínimo de tiempo establecido.
Inmediatamente salimos y esperamos enfilados, un poco dormidos y casi congelados la llegada del Hércules.
La aeronave aterrizó y la operadora de terminal aérea se subió a una pala mecánica Caterpillar 938 con la que fue descargando una gran cantidad de mercadería en palets. Luego, nos indicaron subir al avión para que puedan cargar de la misma manera nuestro equipaje. La cabo nos había alertado sobre el peligro de los motores encendidos así que a diferencia de nuestra alegre y desordenada llegada a la Antártida, esta vez obedecimos alertas y agradecidos por la atención que nos brindaron y por la importante labor que realizan en ese territorio tan inhóspito y remoto.
Cuando el avión despegó resonaba en mi mente una frase que nos había dicho el comodoro Vassallo durante la charla de bienvenida sobre el continente antártico: “Cuando llegaste apenas me conocías. Cuando te vayas, me llevarás contigo”.
Y realmente así fue.
Fuente: Télam
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