La artista y activista por la paz argentina-israelí Jéssica Sharon (42), que está sufriendo los ataques del grupo islamista Hamas en el moshav Beit Oved, situado en Israel a 40 km de la Franja de Gaza, dijo este martes que tiene temor de que entren a su hogar y espera ser llamada para retornar a la Argentina a través del operativo «Regreso Seguro» que repatriará a los connacionales que lo soliciten, en un procedimiento desplegado por el Gobierno nacional.
El moshav Beit Oved es un tipo de comunidad rural israelí de carácter cooperativo, pero conformado por granjas o parcelas agrícolas individuales, más cercanas a un régimen capitalista y no socialista como en los kibutzim.
En el moshav «me ofrecieron un arma para tener en mi casa después de lo que pasó acá, a 20 km de donde estamos, donde ingresaron a viviendas y arrasaron familias enteras. Por eso pedí que nos saquen a mí y a Ian -su hijo de 11 años-. Yo soy pacifista. Yubal -su marido israelí también pacifista- va a quedarse hasta que se pueda ir de forma independiente», dijo a Télam Jessica Sharon, oriunda de la localidad bonaerense de Villa Martelli.
«El Ejército (de Israel) dijo que entró a un asentamiento en el que Hamas cortó las cabezas de bebés. Fue algo brutal y hubo mujeres como trofeos de guerra. No puedo ser hipócrita y apoyar una cosa así», narró la mujer artista social y militante a favor de los derechos del pueblo palestino.
Jéssica es madrina de un asentamiento beduino -árabes nómades que viven en el desierto- en el sur del país.
«Tengo toda una historia de activismo acá y hablo hebreo y árabe«, afirmó, y resaltó: «sé y confío en que el pueblo palestino no apoya al Hamas, que está preso del fundamentalismo y terrorismo de este grupo, como nosotros estamos presos también del grupo fundamentalista que copó el gobierno -de Israel– hace ocho meses, por lo que llevamos 40 semanas de manifestaciones».
«El camino de la paz es un trabajo muy largo, pero no hay otro camino», consideró.
Desde este sábado Jéssica y su familia no duermen.
«Pienso que pueden entrar a mi casa. Necesito alejarme, estando acá no paro con la angustia de saber que pueden venir», afirmó.
La casa donde vive la familia está ubicada cerca de la Base Aérea de Palmajim, al lado del mar, y aseveró que «a la base le tiran todo el tiempo».
«Antes de ayer cayó un misil en mi asentimiento, a un par de casas nuestras. Rompió una casa entera y otras dos más. Estaban todos en el refugio interno y no pasó nada», recordó aliviada.
«Todo el tiempo tenemos bombardeos, empiezan a sonar las alarmas muy fuertes, este martes hubo todo el día y en el norte también. Ahora están sacando terroristas de un montón de ciudades. Ese es el gran miedo», explicó.
«Hoy trajeron trabas para las puertas para fortalecer las cerraduras. Llega un momento en que la mente no te da más, conozco gente secuestrada, conozco mucha gente que murió».
Y enfatizó: «quiero ir a Argentina con mi hijo. Tengo a toda mi familia allá: a mi mamá, mi hermano, mis amigos. Ya me anoté en la lista del operativo, no me quiero quedar más, esto es demasiado… tengo miedo. Hace una semana paseaba por Hebrón (en la ocupada Cisjodania) con mi remera argentina. Ahora no podemos salir a la calle», relató la mujer que cuando vivía en Argentina era estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires (UBA), integró la agrupación H.I.J.O.S. y militó en la agrupación política universitaria Franja Morada.
Jéssica se fue a vivir a Israel a sus 21 años, «después del genocidio social en Argentina del 2001», según dijo.
Hija de madre de familia judía, eligió «Israel medio de casualidad. Yo tengo la ciudadanía italiana -de parte paterna-, me vine con 150 dólares en el bolsillo, mis viejos estaban quebrados en Argentina y acá -en Israel- estaban mis tíos», contó.
La mujer es artista plástica y social a favor de los derechos del pueblo palestino, egresada de la Academia de Artes y Diseño Betzalel de Jerusalén, tiene una escuela de arte a la que asistían algunos estudiantes que este martes están «desaparecidos» y se cree que fueron secuestrados por el Hamas.
Cuando comenzaron los ataques, Jéssica y su familia estaban durmiendo en su casa. A las 6 de la mañana se levantó al baño, también se despertó Yubal y «a los diez minutos comenzaron a sonar las sirenas y -su hijo- Ian dijo ‘¡están tirando la bomba atómica!'».
«Se sentía así, era un ruido infernal, salí a la calle y se veían como sombras de paracaídas que caían en cantidad a lo lejos a la tierra».
«Siempre voy a ese festival donde secuestraron personas -agregó-. Esta vez no fui porque no tenía ganas. Es incontable la cantidad de gente que conozco que estuvo ahí, y no son gente fanática religiosa que van a quemar asentamientos palestinos, son pibes que concurren a manifestaciones por la paz. Ningún ser humano en este mundo merece algo así».
«No entendíamos qué pasaba, la aplicación (app) que nos anuncia el ataque con cohetes o misiles no funcionaba, prendimos la tele y no había transmisión. Después de 20 minutos uno de los periodistas desde su casa empezó a hablar, ese fue un indicio de que nadie sabía qué estaba pasando. Con el paso de las horas ellos avanzaban cada vez más, secuestraban más gente, por las redes sociales se veían imágenes de Hamas secuestrando gente como si estuviéramos en The Truman Show, en vivo y sin poder hacer nada. Entraban a los asentamientos -kibutzim- cercanos y prendían fuego todo. Hicieron una masacre», agregó la mujer que calificó la acción del grupo radical como «un genocidio que vio todo el mundo».
Jéssica se crio en una familia «bastante atea, sin símbolos religiosos, pero tirando un poco más hacia la familia de mi mamá -de fe judía-«, añadió, pero «por los años que estuve acá -en Israel-, me vuelvo completamente atea porque veo la consecuencia del fanatismo religioso».
«El pueblo palestino no quiere al Hamas. El trabajo era construir, ellos me pedían por favor que los ayude con permisos para trabajar acá para llevar el pan a su familia y no adherirse al terrorismo. También es cierto que a veces no tienen opción porque no tienen laburo, nada para darle de comer a sus hijos y se van con el Hamas. Así los chupan, como acá, también, los chupan los fundamentalistas judíos ultrarreligiosos. Ese es el gran problema: el fundamentalismo por los dos lados», aseveró.
Por último, Jéssica reflexionó: «El genocidio es genocidio, duele, como dolió en Argentina la dictadura, es lo más parecido. Esta forma de secuestrar gente es algo de la época medieval cuando entraban en comunidades y se llevaban a chicos y mujeres. Es como volver 2000 años atrás», sentenció.
Fuente: Télam
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