Libros que muerden
Hay quienes sostienen que los libros no son peligrosos. Por eso prefieren, a la hora de necesitar un objeto contundente, arrojar ceniceros.
Del otro lado del ring, están los que sostienen que los libros son un peligro. En general, se trata de gente que ha leído poco y quiere que los demás no lean. También, en general, son políticos de partidos de derecha que publican libros escritos por otros, ya que ellos, de poco leídos, tampoco saben escribir.
Parafraseando al gran Frank Zappa podría decirse que algunos políticos que editan libros son autores que no saben escribir, escribiendo para lectores que no saben leer.
Claramente los libros muerden. Pregúntenle a Salman Rushdie o a tantos censurados en la historia de la humanidad, o a la mosca que acabo de aplastar, paradójicamente, con una edición tapa dura de “El señor de las moscas”
.
Ahora bien. A mi me gustan los libros. Como material de lectura y también como objeto: es lindo tener un libro en las manos. Para mi nada como irse a la cama con un buen libro. O con una buena amiga que haya leído uno.
Pero hay algo mágico con los libros: Y es que muy pocos van a admitir que NO leyeron un libro. Recuerdo una vez que fui a tomar un café con una persona que decía que le encantaba el teatro, y que era “fan número uno” de Shakespeare. “¿Y te leíste todo Shakespeare?” Le pregunté. “Si”, me dijo, “a menos que haya sacado algo nuevo el año pasado”.
El problema de los libros es que leer, el acto de leer, no es un hecho pasivo. Requiere concentración, atención y, aparentemente, ir dando vuelta las hojas.
Y los que no tienen libros o a los que no les gustan los libros se pierden un objeto de gran utilidad en la vida cotidiana: un libro sirve para trabar una puerta, para nivelar una mesa, y para, apilados, usarlos como banquito y llegar a limpiar la telaraña que se formó sobre la biblioteca.
Y te digo más: para mi es más fácil comprarme un libro que un pantalón. Los vendedores no te joroban, no te andan diciendo “El de Borges te queda perfecto”, o “El de Cortázar te tira un poco de sisa”. No. Y además, no hay problemas de talle. Los libros son unisex, y talle único. Que te entre en la cabeza, eso ya es problema tuyo.
Y están los coleccionistas de libros. No necesariamente los leen, pero los coleccionan. Yo tengo un amigo coleccionista de libros. Un tipo macanudísimo. Tiene como 3 mil libros, pero no tiene biblioteca. Nunca consiguió que ningún amigo le prestara una biblioteca.
Y con él no se cumple eso de que “el que presta un libro pierde un amigo”. Porque los amigos no se quieren pelear con la esperanza de recuperar algún día los libros. Es notable: la esperanza nunca se pierde, pero los libros que hablan sobre la esperanza si.
El problema con los libros aparece a la hora de los regalos. Si tenés que regalar, nunca sabés qué lee la otra persona. Si es que lee. Y es en ese momento que te preguntás: “¿por qué voy a gastarme 5 lucas en una persona de la que ni siquiera sé sus gustos literarios? ¿No sería más económico bloquearlo en Whatsapp y las redes sociales? Y si… lástima que sea mi jefe”.
En el caso de que la persona a la que le tenés que regalar un libro sea una persona muy leída, tampoco es fácil: si le regalás un libro cualquiera, el tipo se da cuenta que VOS no sabés nada de libros. Y es capaz de bloquearte en Whatsapp y las redes sociales, a menos que vos seas su jefe.
Y el otro problema es que te regalen un libro. Yo estoy cansado de que me regalen libros, y que no me guste ninguno. Sobre todo porque no me combinan con los colores de las cortinas de casa.
Por eso, toda esta problemática a la hora de regalar libros es, en realidad, lo que impulsa a la industria mundial de ositos de peluche, portarretratos y jaboncitos con formas de corazoncito que regala la gente cuando no sabe qué libro regalar.
Como verán, esto de los libros, da como para escribir un libro. No es fácil escribir un libro. Tenés que tener una idea, descubrir cómo contarla, tener un buen final. Yo empecé a escribir un libro. No tengo ni la idea ni la forma, pero ya tengo las páginas numeradas. Es algo.
Y encima, publicás un libro, y seguro alguien se enoja. Hoy están todos más susceptibles que lechón en época de Navidad. Y ni hablar si te lo destrozan los críticos. Como le pasó a un conocido que escribió un libro. De autoayuda. Se llamaba “cómo conseguir dinero para comprar este libro”. No vendió ni uno. Y para colmo, era tan malo que la crítica dijo: “En caso de incendio, tire este libro a las llamas”.
Fuente: Télam
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