«Arrepentimientos instantáneos»
Aquel que no esté arrepentido de alguna cosa, que tire la primera piedra, (pero que después no se arrepienta).
Ya de purrete la vida te demuestra que el arrepentimiento es algo así como la sabiduría, pero que aparece cuando ya es muy tarde.
Y no hablo de arrepentimientos existenciales. No. Uno vive arrepintiéndose de ciertas decisiones instantáneamente.
Un par de días en la escuela primaria y entendés cómo funciona la cosa: Basta con que un día se lo confieses a un compañerito, para que todo el grado se entere de que te gusta Rocío. Ya no podés volver atrás: se lo dijiste. Tu secreto quedó tan expuesto que te arrepentís hasta de que te guste Rocío.
Ese es el punto de partida. Porque a medida que crecés, la vida se compone de una interminable serie de decisiones y arrepentimientos instantáneos:
-¿Qué mujer no se arrepintió a los 5 segundos de haberle dado el número de teléfono a ese sujeto que te va a hacer la vida más difícil que una inspección de la AFIP? “Yo sabía, yo sabía que no tenía que hacerlo”. Y si lo sabías, ¿para qué demonios le diste el teléfono?
Lo terrible del arrepentimiento es que te ataca después, no antes. Si te atacase antes, sería inteligencia, y uno cuando se arrepiente, se siente el salame más grande del mundo.
Como cuando vas a pedirle a tu jefe un aumento de sueldo. Y sorpresivamente te ponés de acuerdo en una mejora del 25 por ciento. Ni bien salís de la oficina del jefe, te das cuenta de que tenías que pedir el 70, que el 25 no alcanza, y te agarra un arrepentimiento más profundo que el de aquel muchacho que saltó el tapial de la casa para buscar la pelota, pensando que el perro era mansito, y no mordía.
Y ni hablar de otro tipo de decisiones, como votar. ¿Quién no sintió ganas, un micro-nano-mili-segundo después de que el sobre desapareció por la hendija, de meter la mano en la urna, sacar el sobre y cambiar el voto, o cortarte la mano, u otra parte del cuerpo?
Ni hablar de cuando votás convencido y escuchás el discurso inaugural para sentir más arrepentimiento que el gasista que se fue convencido de que no había ninguna pérdida de gas en el departamento que explotó 20 minutos más tarde.
O cuando vas al restorán, y no podés decidir entre la mila con fritas a caballo o los ravioles con estofado. Y elegís la milanesa. Pero ni bien ves la fuente de ravioles que sirven en la mesa de al lado, te arrepentiste de haber pedido la milanesa. Pero te la comés igual, con el rencor y la sensación de haberle errado a la vida misma.
Eso si tenes suerte y a la media hora los dos huevos fritos no te dan una patada al hígado. “Tenía que haber pedido los ravioles, yo sabía” Y si sabías, ¿para qué pediste la milanesa?
Tranquilo, que si no te patea el hígado, el arrepentimiento por haberte manducado esa mila a caballo volverá. Muy pronto. Ni bien te den los resultados del colesterol y los triglicéridos.
Ni qué hablar de los arrepentimientos de la vida romántica. ¿Quién no sintió alguna vez que la segunda salida a tomar algo no es el mejor momento para decir “te quiero”? ¿Quién no sintió, incluso, un terrible arrepentimiento un segundo después de haber dicho “yo también”?
Y muchísimo peor: ¿quién no sintió en el mismísimo instante de sentarse a la mesa del bar que NUNCA debiste haber aceptado la invitación a esa cita romántica?
Ahora bien: una cosa es decir “te quiero” y otra muy distinta es invitar a dos familias y dos batallones de amigos para dar el famoso “Si, quiero”. Si llegaste a esa situación quiere decir que ya superaste 40.000 arrepentimientos instantáneos, desde el tomar la decisión de casarte, pasando por invitar a tu ex a la fiesta, hasta el hecho de haber contratado al mago Paparulo para que amenice los festejos, o a dudar de la calidad del servicio de catering que contrataste para ahorrarte unos mangos al oler la mayonesa de la rusa que te sirven con esa feta escuálida de cocido en el primer plato.
Pero si hay algo que tal vez sea una de las cosas que más arrepentimientos ha generado en la historia de la humanidad, son los tatuajes: “Te amo, Silvina”, “Por siempre juntos, Aníbal y Romina”, y frases por el estilo esculpidas creyendo que todo era para siempre. Y una cosa es tener el teléfono de tu ex en una agenda, y otra muy distinta es tener la cara de tu ex mirándote desde tu propio trasero.
En fin, que el arrepentimiento te viene especialmente cuando vos sabías que ibas a hacer una macana, cuando las posibilidades de meter la pata eran muy grandes, y así y todo lo hiciste, así que calavera, no chilla. Y de última, nunca te arrepientas. Si te sale bien, es maravilloso. Y si te sale mal, decí que ganaste en experiencia.
Fuente: Télam
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