Pasaron apenas unas semanas de la publicación del último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) y la polvareda que levantó comienza a disiparse.
Sin embargo, es nuestro trabajo como activistas insistir sobre la urgencia con la que este panel de científicos nos llama a actuar para frenar el cambio climático. Como dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, “Nuestro mundo necesita una acción climática en todos los frentes: todo, en todas partes, todo a la vez”.
En nuestra región en particular, el mejor camino posible para la acción climática es apostar por una transición energética justa para todos, que tenga en cuenta las particularidades de cada zona, en especial aquellas que son más dependientes de los combustibles fósiles.
Pros y contras
Poner el norte en la transición energética es una gran idea porque en América Latina tenemos casi todo lo que necesario para conseguirla. Hay un enorme potencial solar y eólico, objetivos ambiciosos e industrias locales en crecimiento que podrían generar puestos de trabajo.
Hay datos muy alentadores en caso de avanzar en la transición, como el que aporta el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que calcula que podrían sumarse 15 millones de trabajos en toda la región para 2030.
Otro punto a favor: el potencial de la región es tal que se estima que la capacidad de energía solar y eólica podría aumentar en más de un 460% para 2030, según un reciente informe publicado por Global Energy Monitor.
En este sentido, Chile, Colombia y Brasil son los países con mayores planes renovables para el futuro.
Si los proyectos futuros se realizan de manera respetuosa de los ecosistemas y logran aportar no sólo beneficios económicos sino también mejoras para los ciudadanos, entonces los especialistas no dudan en que América Latina podría ser referente mundial de transición energética justa.
Sin embargo aún persisten ciertas trabas, una de ellas es que la financiación para la transición sigue siendo insuficiente. De hecho, la mayoría se ofrece en forma de préstamos que solo sirven para aumentar los ya problemáticos niveles de endeudamiento de los gobiernos.
A esto se suma el desafío de reducir la dependencia de los combustibles fósiles, de los que la región obtiene dos tercios restantes de su energía.
Por supuesto, “no se trata solo de apagar las luces y cambiar las prácticas empresariales. Tenemos que pensar en cómo esto significa una diversificación de puestos de trabajo, una transformación de las infraestructuras”, explica María Inés Rivadeneira, directora política de WWF en América Latina y el Caribe.
En definitiva, estamos en un territorio que tiene la ventaja de ser más que apto para producir energías renovables. Aprovechemos esta ventaja y exijamos a los gobiernos que apoyen una transición justa y dejen de lado los combustibles fósiles cuanto antes.
Fuente: Diálogo Chino
Fuente: Greenpeace
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