¿Cuánto hace que no pasás un rato en la plaza o parque más cercano? ¿Estuviste un buen rato al aire libre durante esta semana? Es muy probable que al responder estas preguntas, caigas en la cuenta que la mayoría de tu día transcurre puertas adentro.
No te sientas mal por eso, lo cierto es que la rutina de quienes vivimos en ciudades transcurre 90% en interiores y frente a pantallas. Estar al sol, sintiendo el viento en el rostro, no es algo diario siquiera. Ni hablar de estar rodeados de naturaleza.
Pero esta situación in door no es algo natural, en el sentido literal de la palabra. Lo cierto es que los humanos somos seres biológicos y estamos fisiológicamente adaptados para estar en ciertos ambientes, para correr, jugar, cazar. Básicamente, para ser activos.
Por este motivo, cuando tenemos un momento para poner los pies en el pasto, mirar árboles, plantas y horizonte , nos sentimos mejor enseguida. Por el contrario, cuanto menos tiempo estamos en entornos naturales, más nuestro ánimo decae.
¿Qué es el síndrome de déficit de naturaleza?
En Occidente, uno de los primeros en darse cuenta que existía una relación entre el bienestar de hombres y mujeres y la frecuencia con que estaban en un entorno natural fue el periodista y escritor Richard Louv.
En su libro de 2008, Last Child in the Woods (El último niño de los bosques), acuña el término “síndrome de déficit de naturaleza” para referirse a las consecuencias en la salud que trae esa carencia de contacto con el medio silvestre. Entre ellas, dificultad de atención, enfermedades cardiovasculares y, la más importante, por generalizada: depresión.
Esto se explica porque, según comprueban diversas investigaciones relevadas en el libro, la exposición directa a la naturaleza es esencial para el desarrollo humano, especialmente de los niños, y cuando nos falta, nuestra salud se resiente.
Para contrarrestar el síndrome de déficit de naturaleza basta buscar el espacio verde más cercano y visitarlo lo más seguido posible. Si lo hacés, pronto sentirás sus efectos positivos: desarrollo y potenciación de todos los sentidos, facilidad de integrar aprendizajes, enriquecimiento de la creatividad o desarrollo general de las habilidades psicológicas de los niños a través del vínculo con todo lo natural, etc.
La práctica japonesa Shinrin-yoku (“terapia de bosque”) es uno de los antecedentes de esta visión que propone tener el hábito de conectar con el mundo natural para estar más sano y feliz. Surgió en 1980 cuando se dió una crisis de salud en todo el país insular.
Las enfermedades relacionadas con picos de estrés se dispararon a raíz de los trabajos cada vez más tecnológicos e industriales. Fue entonces que se recurrió a estas experiencias inmersivas en la naturaleza, guiadas por personas capacitadas, para sanar a los pacientes y mejorar su atención, sistema inmunológico y humor.
Algunos años después nuevos estudios publicados en la revista Nature confirmaron que pasar al menos 2 horas a la semana en la naturaleza hace bien a la salud.
Y con esto no estamos diciéndote que vayas a escalar una montaña o a vacacionar a una cabaña en medio de la selva 😂 Cada momento que puedes dedicar a caminar por la plaza o salgas a un patio o terraza a ver el cielo y tomar sol, cuenta. Y siempre que puedas, visitá alguna reserva urbana para lograr esa dosis de naturaleza que tu cuerpo y mente necesitan 😉
Fuente: Greenpeace
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