A partir del atardecer del 8 de julio, los noticieros exhibieron las imágenes del canciller boliviano Rogelio Mayta al denunciar el papel del régimen macrista en el derrocamiento de Evo Morales, mediante el abastecimiento clandestino de parafernalia represiva.
Al respecto, comparó el asunto con el Plan Cóndor, la alianza entre las dictaduras del Cono Sur durante la década del setenta. Esta referencia en particular hizo aguzar el oído a un anciano que seguía la noticia desde un pequeño departamento del barrio de Floresta.
Razones no le faltaban. Porque todos los acontecimientos vinculados al devenir político del país del altiplano durante los últimos 40 años eran de su interés, puesto que allí sucedieron días muy venturosos de su existencia; una etapa que incluye su paso por aquella cofradía multinacional del terrorismo de Estado. Y que luego, ya comenzado el siglo en curso, le brindó lo que se llama una “segunda oportunidad”. Pero vayamos por partes.
Corría el 22 de abril de 2007 cuando el diario El Deber, de Santa Cruz de la Sierra, publicó un artículo cuya fotografía de apertura lo mostraba, a los 69 años, junto a su hija, Rosana, de 31. Su título: “La salud en cuatro patas”.
Se refería a un centro de equinoterapia situado en las afueras de aquella ciudad, sobre la carretera que conduce a Camiri, al que acudían niños con dificultades motrices. Aquel lugar era regenteado por ambos. La mujer solía presentarse como “educadora y experta en medicinas alternativas”, y el padre –quien por entonces respondía al nombre de Luis Pellegri– era un profesor de equitación muy prestigioso en Bolivia, al punto de haber sido comisario de pruebas en las competencias ecuestres del Country Club de Cochabamba, el más selecto del país.
Sin embargo, nada lo entusiasmaba tanto como la rehabilitación de sus pequeños alumnos, tal como admitió en esa entrevista con las siguientes palabras: “Trabajo mucho la relación con ellos: el beso y el cariño, con mucha buena onda y en un ambiente natural, donde se sienten libres”. Conmovedor.
Lo cierto es que ese centro de equinoterapia cerró sin previo aviso el 16 de abril de 2009. Desde entonces, nada se supo del afable anciano. Hasta el 24 de diciembre de 2011.
Pasado el mediodía de ese sábado, una camioneta Suzuki Vitara ingresó al estacionamiento del aeropuerto internacional Viru Viru, de Santa Cruz de la Sierra. Del vehículo emergió Rosana, para caminar con premura hacia la sala de arribos. En la cabina quedó su progenitor.
De a ratos consultaba su reloj; de a ratos se acomodaba su gorrita azul; de a ratos asomaba la cabeza para mirar el cielo. Porque de un momento a otro aterrizaría un avión procedente de Buenos Aires. Allí viajaba su esposa y otra de sus hijas, con quienes pensaba pasar la Nochebuena. El sujeto oteó el reloj por enésima vez. De pronto, una voz sonó a sus espaldas:
– ¡Apoye las manos al volante! Y no se mueva.
Entonces sintió sobre la nuca la fría superficie de una pistola. No tardó en notar que la Suzuki estaba rodeada por efectivos de la Policía Nacional de Bolivia y agentes argentinos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria.
Uno de ellos escrutó su cédula, ahora a nombre de Marco Aponte.
–Es falso –le dijo al jefe del operativo.
Otro agregó:
–No hay ninguna duda: es nuestro hombre.
El anciano sólo alcanzó a exclamar:
– ¡Es un error! ¡Es un error!
No obtuvo respuesta.
Horas después, el ministro de gobierno boliviano, Wilfredo Chávez, dio una conferencia de prensa para informar la detención del ex teniente coronel argentino Luis Enrique Baraldini, prófugo de la justicia argentina por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura y buscado en Bolivia por no ser ajeno a un complot, desbaratado tres años antes, contra el gobierno de Evo Morales (por lo que cerró con tanto apuro su escuelita de equitación), además de ser uno de los militares argentinos que apuntaló el “narcogolpe” de 1980, en el marco, precisamente, del Plan Cóndor.
Hace 45 años, Baraldini no tenía necesidad de usar un apellido imaginario. Por entonces residía en un chalet situado sobre esquina de Mitre y Belgrano, en la ciudad de Santa Rosa, la capital pampeana. Allí daba rienda suelta a su pasión por los equinos en el Club Hípico Maracó, al que acudía cada mañana en un Chevy azul manejado por un soldado del Ejército, ya que él era un promisorio oficial de Caballería.
Prestaba servicios en el Regimiento 101, emplazado en la localidad de Toay. Casado con Olga Ricci y padre de dos niñas –Rosana y Sandra Mabel–, aquel hombre aún joven, extremadamente delgado y con cara afilada gozaba de una excelente reputación entre sus vecinos. Ellos, el 24 de marzo de 1976, asimilaron gratamente su designación como jefe de la Policía de La Pampa.
Baraldini, quien sólo poseía grado de mayor, alternó las tareas propias del cargo con la jefatura operativa de la Sub Zona 1.4. Por lo tanto, también controlaba el centro clandestino de detención que funcionaba en la comisaría 1ª de Santa Rosa. Él, en persona, se encargaba de interrogar a los prisioneros. Dicen que su voz sonaba de una manera más sobrecogedora que los choques de picana con los que solía matizar las preguntas. Se calcula que por tales mazmorras pasaron unas 300 víctimas. Sólo media docena logró sobrevivir.
Baraldini permaneció en La Pampa hasta 1979. Al año siguiente pasó a ser el agregado militar de la embajada argentina en Bolivia. Reemplazaba al mayor Jorge Mones Ruiz, un camarada de armas con el que, a través de los años, compartiría muchos sueños e ilusiones.
Durante el alba del 17 de julio de 1980, la presidenta boliviana, Lidia Gueiler, despertó sobresaltada por el persistente ruido de un helicóptero y los disparos que sonaban a la distancia. La radio transmitía la Marcha Talacocha, un signo inequívoco de que su mandato acababa de finalizar de modo abrupto.
El golpe de Estado comenzó con el levantamiento de la guarnición de Trinidad, capital del Beni. El emprendimiento del general Luis García Meza y el coronel Luis Arce Gómez (con el know-how del célebre criminal de guerra nazi Klaus Barbie, y el financiación de poderosos empresarios santacruceños, encabezados por “Barón de la Cocaína”, Roberto Suárez) se llevó a cabo de acuerdo a lo planeado en los últimos siete meses.
Aquello coincidió con el arribo a La Paz de los militares argentinos: 150 efectivos del Batallón 601. Baraldini se fue sumado a esa task force.
Se dice que él solía ufanarse del trato paternal que le dispensaba Barbie. El alemán se había fascinado con el oficial pampeano.
¿En qué parte de su ser habría estado su encanto? También hizo buenas migas con el lugarteniente de Barbie, el fascista italiano Stefano Delle Chiaie. Ambos encabezaban un grupo paramilitar bautizado con un simpático nombre: “Los Novios de la Muerte”.
Dos años después, al colapsar esa dictadura, Barbie fue capturado por agentes de inteligencia franceses. Ya en la ciudad de Lyon, se lo condenó a perpetuidad por sus atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial.
Baraldini, a su vez, volvió a Buenos Aires.
Restablecida la democracia, fue arrestado por su responsabilidad en 63 privaciones ilegales de la libertad y 18 casos de tortura. Sin embargo, en 1983 se lo desprocesó por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
El 3 de diciembre de 1990, junto a su compinche Mones Ruíz, le cupo un gran papel en el fragote carapintada liderado por Mohamed Alí Seineldín. A Baraldini se le asignó la misión de tomar el Regimiento de Patricios, en Palermo, donde hubo dos militares leales muertos. Por ello fue condenado, y permaneció tras las rejas hasta 2002, cuando el presidente interino Eduardo Duhalde lo indultó por “razones humanitarias”.
Ya durante la presidencia de Néstor Kirchner, al reanudarse las causas por delitos de lesa humanidad, el juez Daniel Rafecas ordenó su detención. Baraldini, entonces, puso los pies en polvorosa. Y volvió a Bolivia.
En la próspera Santa Cruz de la Sierra, él se sentía a sus anchas, dado que sus añejos vínculos de camaradería con los uniformados bolivianos le endulzaron el exilio. Tanto es así que, en 2005, el veterano criminal fue condecorado por el Círculo de Oficiales del Ejército de Bolivia. Transcurría la presidencia Carlos Mesa, un hombre muy amigable para tipos de su calaña.
Tampoco fue un detalle menor que Rosana, se haya casado con el ex militar Raúl López, a quien el alcalde derechista Percy Fernández designó al frente de la Dirección de Seguridad Ciudadana del municipio.
Tales circunstancias hicieron que la llegada de Evo al poder, el 22 de enero de 2006, no le quitara el sueño. En esos días, el viejo represor argentino ya se dedicaba de lleno a su escuelita de equinoterapia.
Sin embargo, el 16 abril de 2009 atendió una llamada telefónica que lo hizo palidecer. Así se enteró de un virulento tiroteo con la policía en el hotel Las Américas, de esa ciudad. Allí fue abatido el húngaro-boliviano Eduardo Rózsa Flores, junto a un rumano y un irlandés; en tanto, otros dos sujetos –un croata y un húngaro– fueron detenidos. Dicho quinteto integraba una célula terrorista de ultraderecha que planeaba asesinar a Evo. Mones Ruíz formaba parte del complot, al igual que Baraldini.
Entonces abandonó para siempre la noble práctica de la equinoterapia. Y también abdicó a su intensa vida social. Las autoridades locales lo buscaban afanosamente. Lo cierto es que pudo sobrellevar la clandestinidad gracias a la protección brindada por su yerno. Ya se sabe que el espíritu navideño le jugó una mala pasada.
Ya en Buenos Aires, fue a parar al penal de Marcos Paz.
En 2010, recibió su primera condena a 25 años de a prisión en el juicio Sub Zona 1.4- I, efectuado por el Tribunal Oral Federal (TOF) de Santa Rosa. En 2017 recibió una condena similar. Y en la actualidad se desarrolla un tercer juicio por los crímenes en aquella jurisdicción militar, en el cual Baraldini, el más importante de los 12 acusados, asiste por vía remota desde su hogar debido a los múltiples achaques que lo aquejan.
Es la segunda vez desde su captura que reside allí., dado que en 2015 le otorgaron el arresto domiciliario. Tal beneficio fue revocado en septiembre de 2019, al difundirse una serie de fotografías tomadas por los vecinos, que lo exhiben de paseo en las calles de Floresta. A raíz de aquel desliz fue a parar al Complejo Federal I de Ezeiza.
Poco después sufrió un ACV que casi no le dejó secuelas. Y durante el invierno del año pasado se infectó de Covid-19. Luego de recuperarse, recibió por segunda vez la gracia del regreso a casa.
Allí, en vísperas a Día de la Independencia, la revelación sobre el Plan Cóndor macrista tal vez le acelerara el pulso.Es posible que, entonces, doña Olga, su diligente esposa, haya apagado el televisor. Ciertas noticias a veces no son buenas para la salud.
Fuente: Télam
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