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Vicente López
martes 26 noviembre, 2024

‘Lo efímero de lo nuevo’

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Telam SE

Lo efímero de lo nuevo

Nada como tener o acceder a algo nuevo. No importa lo que sea. Si es nuevo, aparentemente es mejor. Pero lo nuevo tiene un problema: ni bien lo abrís o lo empezás a usar, ya no es más nuevo. No te digo que es viejo, pero deja de ser nuevo.

La pastilla de jabón nueva…¡qué placer cuando te toca estrenarla! Podés sentir la sedosidad de la primera capa brillante de jabón sobre tu cuerpo, la firmeza de la pastilla, podés palpar el logo con la marca del jabón mientras te lavás las manos y hasta sentís la alegría, si no vivís solo, de que “el nuevo te tocó a vos”. Pero bastan un par de usos, un par de duchas, para que ese jabón que ayer nomás te parecía fantástico, hoy te parezca lo que relmente es: un masacote irreconocible, semiderretido de una pasta grasosa, chorreante y asquerosa que no te dan ni ganas de bañarte.

Todo depende del efecto “novedad”: vos abrís una esponja de esas de cocina y el lado verde te parece una lija industrial. Saca la suciedad y la grasa como no lo veías hace 6 meses, cuando empezaste a usar la que hoy es un resto irreconocible de esponja. Pero a las dos semanas de cierto uso, o menos, dependiendo la calidad, el lado verde empieza a descuajeringarse como cartón mojado y tenés que recurrir al lado amarillo, pero apretando. Y ya no es lo mismo. Ya no funciona como cuando era nueva.

Ni hablar de una zapatilla nueva. Te ponés el par de zapas nuevas y te sentís el rey del universo. Y salís a la calle. Y cuando volvés, la suela ya no está impoluta, el blanco se mantiene pero con alguna cosita gris… y sigue siendo nueva un par de días. Eso si no te agarra una lluvia. Que es como lavar el auto. Lo lavás y llueve.

He ahí otro tema. El “olor a auto nuevo”. Alguna vez leí a una comediante norteamericana que decía que las mujeres no tenían que matarse produciéndose ni comprando fragancias exóticas. Que para seducir realmente a un hombre el perfume debería venir con aroma “a auto nuevo”.

Pero no vayamos a algo tan caro, que si, debe ser increíble comprarse un auto nuevo… A mi no me pasa desde que me regalaron el último autito de Matchbox, hace muchas décadas, décadas que en su momento se sentían tan nuevitas y pum… ya son re viejas.

Pero si me pasa cuando llevo a lavar el auto. Que ni bien sale del lavadero, dan ganas de guardarlo en el garage, ponerle 6 lonas protectoras, embalarlo en una caja hermética, y no usarlo nunca más.

Porque basta empezar a circular y cruzarse en el camino con una simple cuneta y un poquito de agua, que el lavado se va más al demonio que el mismísimo Belcebú. Por no mencionar el efecto moralmente devastador que tienen las palomas sobre el lavado de autos. Lo terrible, en ese caso, es que no hace falta que el detritus caiga en el parabrisas, donde lo ves. No. Lo terrible es que cuando estaciónás, lo ves, arriba del techo, arruinando el “lavado” que te hacía recordar a tu auto nuevo y que ya pasó, como pasa el tren de la vida en un feriado con corte de luz.

En la misma categoría podríamos ubicar el corte de pelo. Cuando el peluquero te saca la cosa protectora esa que no sé como se llama, del pecho y te hace mirarte en el espejo, y el corte te gustó,  te sentís una persona nueva. Te renovaste. Lo malo es que los seres humanos tenemos que dormir y que las almohadas no respetan ninguna renovación, como comprobarás a la mañana siguiente, a menos que en lugar de cortarte el pelo, te hayas rapado.

La sensación de bienestar se puede hacer extensiva a cualquier cosa nueva: El primer tramo del rollo de papel higiénico es siempre mejor que el último, donde ya el papel no viene ni tan sedoso, ni tan bien enrollado.

Una botella de gaseosa: ni bien la abrís, la potencia del gas puede meterse hasta tus narices. Un día después, cuando ya está por la mitad, el gas… lo tenés que imaginar en el paladar, porque tiene menos fuerza que Superman frente a una sopa de kryptonita.

El primer mordisco de un sanguche nunca se podrá comparar al tercero, y mucho menos al último. Porque al principio, el sanguche está entero, mantiene su forma. Pero luego de la tercera mordida, ya de la forma original queda poco, se desacomodaron los ingredientes y tu preocupación ya no es disfrutar del alimento, sino no terminar con los ingredientes sueltos por un lado y el pan solo por el otro, aunque en el fondo sabés que eso es inevitable.

Por último, baste observar el comportamiento infantil para comprender que la alegría de la novedad dura poco: denle a un niño cualquier juguete nuevo, y verán que al rato de usarlo, ya está aburrido, lo ha dejado de lado, y si es mayor de 6 años, ya podrás verlo conectándose a internat para comprarse él mismo otro juguete nuevo. Que será fantástico hasta que deje de serlo. Como todo lo nuevo.

Como este mismo texto, que seguramente era más atractivo al principio de lo que terminó siendo. Algo que ya leíste. Algo viejo. Y lo viejo, sin dudas, dura mucho, mucho más que lo nuevo.


Fuente: Télam

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