Las clásicas librerías y las confiterías de barrio -esos espacios populares del tránsito de la cultura porteña- viven un momento de transformación frente a las cadenas de despacho de libros de los shoppings y las franquicias de cafés. Algunos de estos sitios notables cerraron, otros fueron comprados por conglomerados; están los que reinventan con un rebranding y otros simplemente se mantienen en pie.
Dentro de este último grupo de estoicos se encuentra la Librería de Ávila -Adolfo Alsina y Bolívar- frente al Colegio Nacional de Buenos Aires -por muchos años se llamó Libería del Colegio-. Algunos arriesgan que es la más antigua del mundo, pero el dato certero es que, fundada en 1785, es la más vieja del país.
Para Miguel Ávila, que es dueño desde hace más de 35 años de este establecimiento, los argentinos tienden a decir que tienen lo mejor de todo. “La avenida más larga, el río más ancho y demás. No sé de qué sirve saber eso…Pero lo cierto es que, lo que sí tenemos es la mayor cantidad de librerías por habitante”, comenta sobre este lugar, que asegura que contribuyó a la gesta de la Revolución de Mayo.
Ávila, que oficia de librero “desde que era un muchacho de pantalones cortos”, tomó conocimiento de que esta vieja librería “que estaba abandonado por sus dueños” iba a ser comprada por “una cadena extranjera de hamburguesas”. Al no tolerar esta afrenta, que leyó como una forma de colonización y un agravio a la cultura porteña, la compró y puso a punto.
Hoy, visitarla se siente como entrar a una máquina del tiempo. Tiene algo de los años sesenta, una vibra vintage y la mística de la Manzana de las Luces, a metros del Cabildo, la Plaza de Mayo, el Colegio Nacional de Buenos Aires y la Catedral Metropolitana. A través de sus estantes transitaron figuras como Arturo Jauretche, las hermanas Ocampo, Bioy Casares, Mujica Láinez, Borges y personajes que hoy están estampados en billetes nacionales y son nombres de calles porteñas. “Todo el Grupo Sur venía acá”, revela con orgullo.
📚 Librería de Ávila, un refugio de la cultura que frecuentaban los revolucionarios de Mayo
📅 Esta librería, ubicada en la actual esquina porteña de Adolfo Alsina y Bolívar, nació en 1785 y se convirtió en un símbolo de la reivindicación del pasado y de la pasión por leer pic.twitter.com/TZvjFCjq7C
— Agencia Télam (@AgenciaTelam) May 30, 2023
De aquella misteriosa Buenos Aires
A cien metros de la Plaza Mayor, en la esquina de Potosí y Santísima Trinidad, y frente al Colegio Real de San Carlos, muchos historiadores coinciden en que allí funcionó el primer local donde se vendieron libros en Buenos Aires. Se llamaba La Botica porque su dueño era el boticario Francisco Marull. Corría 1785.
➤ Cristóbal del Campo, marqués de Loreto, era el virrey del Río de la Plata –el tercero desde que se creó el virreinato en 1776-.
➤ La ciudad de Buenos Aires cumplía 205 años y tenía menos de 30 mil habitantes.
➤José Francisco de San Martín y Matorras tenía 8 años y vivía en Cádiz con su familia.
➤ Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano cumplía 15 años y estudiaba en el Colegio Real de San Carlos –frente a La Botica-.
➤ María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo era una beba de menos de un año, lejos de ser la primera en entonar el Himno que compondrían Alejandro Vicente López y Planes y Blas Parera Monet.
➤ Seis años más tarde, en La Botica se vendió el primer periódico porteño: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata.
➤ Un cuarto de siglo después albergaría reuniones de varios de los integrantes de lo que sería la Primera Junta de Gobierno, el 25 de mayo de 1810.
-Ávila, decís que esta librería contribuyó a la Revolución de Mayo. ¿Cómo es su historia? ¿Cómo era en sus primeros años?
-Según cuentan los historiadores, la librería empieza en 1785, cuando Buenos Aires era una pequeña aldea. Este localcito, donde estamos hoy, era una botica que vendía hierbas medicinales y ciertos productos para el gauchaje.
-¿Cómo qué?
-Charque, azúcar, bota de potro, yerba, ginebra. Por esta calle, que hoy es Alsina, venían las carretas. No te olvides que el río llegaba hasta donde hoy es la Avenida Paseo Colón. Los barcos y las barcazas atracaban en esa zona y, cuando bajaba la marea, los visitantes eran traídos todos embarrados por carretas con ruedas gigantes. Las mujeres llegaban así, con sus vestidos larguísimos, todas enchastradas. Era una imagen graciosa. Paraban acá y se proveían de ciertas cosas para seguir su viaje hacia el Oeste, donde es hoy es Luján.
-¿Y en qué momento llegan los primeros libros?
-En esos primeros años, de a poco, empiezan a llegar los primeros libros, que eran traídos de España. Libros religiosos. Venían a parar acá porque estamos al lado de la primera iglesia de Buenos Aires, San Ignacio de Loyola, que es casi del 1600; es decir, cien años antes de que exista este lugar. Todos los bautismos y casamientos se hacían acá. Esto era la Manzana de las Luces, todo el movimiento cultural, intelectual, político pasaba en este sector.
-¿Quiénes compraban los libros?
-Jóvenes intelectuales. Pero si avanzamos un poquito más en el tiempo, llegando al siglo 19, empiezan a llegar otros libros: libros prohibidos que atraían a los más iracundos. Libros sobre el pensamiento de la Revolución Francesa, libros de Rouusseau y Montesquieu. Y acá mismo se armaban discusiones muy apasionada, grandes polémicas. ¿Y quiénes estaban ahí, discutiendo? Mariano Moreno, Belgrano, Saavedra, Castelli. Ellos se nutrieron con estos libros. Desde un lugar humilde, esta librería contribuyó un poco al nacimiento de la Patria.
238 años de rica historia
Sin el glamour genérico de las grandes cadenas con pisos alfombrados y luces dicroicas, pero con reliquias exquisitas solo para entendidos. Del Ávila aloja libros raros y antiguos, primeras ediciones y traducciones difíciles de encontrar, que conviven con clásicos, best-sellers y colecciones curiosas de casettes, CDs y vinilos surtidos.
En el subsuelo hay un área destinada exclusivamente a libros de historia, que Ávila planea reconvertir en un pequeño café para hacer encuentros de lectura y “discusión de temas políticos”. Durante esta nota fue interrumpido varias veces por clientes que le pedían recomendaciones e indicaciones: todos ellos eran jóvenes y adolescentes.
-¿Cuáles son los libros más raros que tenés?
-Muchos libros curiosos del 1700, del 1600. Tengo un libro diminuto, minúsculo, de 1640 sobre la lengua.
-También me imagino que vienen muchos chicos del Colegio Nacional de Buenos Aires
-¡Desde siempre! Y desde siempre tienen ese pensamiento como de elite, y antes mucho más, cuando había uniforme. Y siguen viniendo acá. Te voy a contar una anécdota. Hace un tiempo entró una chica, de no más de 14 años. No sabía qué llevar. De golpe saca un librito y me dice: “¿Qué tal esto?” ¿Y qué librito era? Los cuentos completos de Poe. Y yo le conté que tengo la edición de la traducción primitiva, la que hizo la Universidad de Puerto Rico. Pero tomamos una edición de bolsillo, traducida por Julio Cortázar que, en mi opinión, es la mejor. Y ella se queda pensando…y me dice: “Voy a tener un problema con mi mamá, porque ella me dio plata para comprar el libro de latín de Marta Royo, pero yo quiero el de Poe”. Y yo le respondo: “Vas a tener que bancarte esa pelea con tu madre. Porque Marta Royo lo vas a leer dos años y después te vas a olvidar. Poe te va a acompañar toda la vida”.
-¿Sentís que las cadenas de librerías que están en los shoppings erosionaron un poco el vínculo entre los libreros y los clientes?
-El librero, el verdadero librero por vocación, es el vaso comunicante entre el autor y el lector. Es muy distinta esa profesión al que es despachante de libros. En esas cadenas, incluso, ya casi no hay despachantes, tampoco. Vos entrás, ponés en la pantalla el libro que buscás, la máquina te dice dónde encontrarlo y ahí directamente lo pagás. Yo me crié, me desarrollé y me eduqué con los viejos libreros.
-¿Te acordás de alguno que te haya marcado?
-Había un librero maravilloso ahí, en la calle Corrientes al 1600. Su librería estaba dedicada a literatura solamente; literatura universal, latinoamericana, argentina; ningún otra cosa no sea literatura. Me acuerdo de verlo en acción: que alguien entrara y él enseguida lo aconsejaba, le hacía muchas preguntas al cliente, indagaba sobre sus gustos para saber qué libro recomendarle.
-¿Pensás que el pirateo de libros o el e-book están atentando contra los libros como objetos?
-No. De la misma forma en que no es lo mismo ver una película en Netflix en tu casa, donde te interrumpen todo el tiempo, que ir al cine, que es una experiencia, un acto de magia. Algo que te envuelve. Yo leo libros en el celular, claro, me los llevo en formato electrónico cuando me voy de viaje. Es algo muy útil. Pero un libro físico genera una complicidad única que yo voy a establecer con ese objeto, que tiene un peso, un olor, una textura. Yo tengo un estudio lleno de libros que nunca leí, y que seguramente nunca leeré. Los libros son algo patológico. Ocupan espacio, son caros, juntan tierra, te roban tiempo, le roban el tiempo a un otro que puede tener con vos. Pueden ser la amante más peligrosa. Pero lo presencial, eso sí, es irremplazable. ¡Que nadie te perturbe esa ceremonia!
-¿Qué libro estás leyendo ahora?
-Uno de Bartolomé de las Casas (1484-1566) sobre la historia de las Indias Occidentales, que denuncia las tropelías y barbaridades que hacían los españoles con los nativos de acá.
-Y cuál fue el primer libro que dijiste…es acá.
-Uno que empieza así: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo».
Fuente: Télam
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