Gonzalo Demaría y Ciro Zorzoli son el dramaturgo y el director, respectivamente, de “La comedia es peligrosa”, una obra que toma elementos del teatro español del Siglo de Oro y le incrusta otros ingredientes, que fue escrita a pedido y estrenada este sábado dentro de los festejos del centenario del Teatro Nacional Cervantes.
Con el humor como persistente telón de fondo, el asunto remite a tiempos de la Colonia en las barrosas riberas del Río de la Plata cuando una más que humilde compañía de cómicos ambulantes -presumiblemente española- busca construir una sala para sus representaciones; corre presumiblemente 1783, cuando se erigió La Ranchería.
La necesidades de esos intérpretes ficticios no son muy diferentes a los de la actualidad, ya que la pandemia, la carencia o la precariedad de las salas y también la voracidad de algunos intermediarios hacen que muchos artistas no puedan poner de manifiesto lo que saben hacer.
En cuanto a la pieza, supone que los entrenamientos de la población recién venida de Europa no eran muchos y erigir un ámbito adecuado para las representaciones sería una enorme ventaja para combatir el tedio, pero las autoridades virreinales, fuertemente atadas a la Iglesia, eran por varios motivos el principal escollo.
Las cosas no son fáciles con las autoridades y los comediantes deben recurrir a sus artes de simulacro, sustitución de personalidades y otros ardides, a los que Demaría añade jocosos ingredientes como la ambigüedad en los comportamientos sexuales y referencias muy directas a la actualidad, con un humor que tanto puede ser sutil como abiertamente escatológico.
Se desconoce cómo sería el público rioplatense del siglo XVIII, aunque influido por la educación católica proveniente de España se supone que su abanico humorístico no sería en exceso tolerante, a contramano de que en la misma época los espectadores isabelinos de Londres eran muy afectos a la guarrada. Pero, en fin, Demaría vulnera los tiempos y escribe para la platea argentina de 2021.
Demaría es un especialista en comedias en verso al igual que su colega Mariano Tenconi Blanco (“Las cautivas”) a través de “Siglo de Oro trans, basado en Don Gil de las calzas verdes” o el unipersonal “Romance del Baco y la Vaca”, que recuperan para los actores locales la forma de elocución de hace una o dos centurias, que en apariencia se había perdido o por lo menos dejado de lado en función de otros métodos.
Por supuesto que no se trata de un verso rígido, aun cuando participan de una estrofa más de un personaje, sino que por momentos es triturado por interjecciones del habla actual en busca del “aparte” o comentario cómplice, pero es una práctica para la que hace apenas una década muchos no mostraban pericia.
Finalmente se levanta en la ficción La Ranchería, esa construcción de paredes de barro y techo de paja que constaba de dos bloques adosados de distinto tamaño, que solo por sus dimensiones se diferenciaba de los ranchos y edificaciones precarias en que vivía la población y que habría estado ubicada aproximadamente donde hoy se erige el monumento a Julio Argentino Roca, en la avenida homónima y su cruce con las calles Alsina y Perú.
Si bien fue escrita y montada a pedido de las autoridades de la casa, “La comedia…” tiene puntos de contacto con la enciclopédica “La vis cómica”, de Mauricio Kartun, aunque su aire es mucho más festivo y menos ominoso, como esos raros tangos que auguran felicidad. Aquí hay lucha por militar el teatro, pero también juego y desenfado.
Con un elenco de lujo en el que fulguran intérpretes como Paola Barrientos, Milva Leonardi, Roberto Castro, Iván Moschner, Gaby Ferrero, Horacio Acosta, Mariano Mazzei, Andrés Granier y, entre otros, Tincho Lups, dueño de una dicción y una voz muy necesarias en la escena argentina actual.
El director Ciro Zorzoli, quien ya había trabajado con Demaría en la sobrevalorada “Tarascones”, convierte el escenario de la María Guerrero en una enorme caja de juguetes que elige un punto de partida en el estilo plateresco –quizás en honor al edificio de Libertad y Córdoba- y se desdobla en lo clownesco, lo circense, en lo infantil de los viejos parques de diversiones.
Con ello cuenta con la invalorable colaboración de Victoria Beheran como asesora artística y Diego Siliano como escenógrafo, capaces de construir unos móviles que parecen infinitos -muebles, cajas, biombos, tarimas, telones que son puertas- que hacen difícil discernir entre escenografía y utilería, sin olvidar la asesoría en movimientos de Celia Argüello Rena, que hace cumplir al elenco proezas poco habituales.
En el fondo de esa comedia de enredos, en la que hay toques de Molière y aun de Shakespeare a raíz de las sustituciones, los disfraces y las burlas, Demaría y Zorzoli utilizan muchos recursos del vodevil, con entradas y salidas oportunas (o no), en un juego de relojería con el que deben haberse divertido mucho.
Es ejemplar la mano de Zorzoli en las transiciones, en las actuaciones en distintos planos y sobre todo en las escenas de apremio en que está por desbaratarse alguna impostura: la forma de “desaparecer” de Mariano Mazzei, envolviéndose en su capa, es un procedimiento de gran imaginación. Y no es el único.
Lo bueno de “La comedia es peligrosa” -¿por qué es “peligrosa”?- es que además de una factura bella e inteligente, contiene una forma de teatro que con algunos ajustes y la eliminación de reiteraciones que no agregan, es un espectáculo rico en lo visual y al mismo tiempo abierto a un público indiscriminado, ese que ante propuestas más “sesudas” suele buscar la salida más próxima.
“La comedia es peligrosa” se ofrece en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815, de miércoles a domingos a las 20.
Fuente: Télam
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