Al cumplirse cinco décadas de la dictadura genocida pinochetista y ante la muy reciente condena a los asesinos de Víctor Jara por parte del Supremo Tribunal chileno (ocurrida horas después de esta charla), Télam conversó con Horacio Salinas, guitarrista, compositor y miembro original de aquellos Inti-Illimani que quedaron varados durante una gira en Italia el 11 de septiembre de 1973.
“Estábamos en Roma, supimos del golpe casi en el acto, al mediodía… era de mañana en Chile. La zozobra fue gigantesca y nos sometía a la duda sobre qué hacer en el futuro inmediato, pero también a preguntarnos qué íbamos a hacer de nuestras vidas” recuerda Salinas, y resume en esa perspectiva, frecuente ante hechos trágicos, dos niveles: el de lo inmediato –lo concreto– y el de lo futuro; siempre una abstracción.
“Habíamos salido de gira un mes y medio antes. Pero ya antes de salir percibíamos que la conspiración contra el gobierno de Allende era tremenda, y partimos con una sensación bastante extraña, de no estar muy seguros acerca de lo que íbamos a encontrar cuando suponíamos nuestro regreso, que teníamos programado hacia fines de octubre”. Ese regreso, claro, no se produjo entonces, sino hasta avanzada la década del 80.
Hoy, a medio siglo del “ataque y derrumbe estrepitoso de esta utopía que tuvimos alguna vez y parece haber ido desapareciendo en el mundo como posibilidad distinta y mejor”, el guitarrista comparte una retrospectiva en la que sopesa tres elementos: “por un lado la imagen heroica, querible, coherente, poética, de Salvador Allende, por el otro, la terquedad ominosa de la derecha, que en defensa de sus intereses es capaz de las cosas más terribles que se puedan imaginar.
Y, en tercer lugar, la derrota política que representa el haber hecho mal las cosas en distintas partes del planeta donde se intentó producir el cambio. Ya fuera bajo el signo del progresismo o de la redención, se hicieron las cosas pésimamente”, señala, crítico, en este 50° aniversario.
Salinas no esquiva la aspereza que a su vez implica la conmemoración: “las reflexiones en torno de los golpes de Estado deben comprenderse, también, fruto de la derrota de la política. En aquel caso, fue la derrota de la cultura política que existía en un proyecto tan noble como el de la Unión Popular. El sobrecogimiento ante los horrores y víctimas nos lleva a un autoexamen de cuántas cosas pudieron haberse hecho mejor. Desde luego, esto era muy difícil pensarlo en aquellos años”.
La inmensa solidaridad del país donde inesperadamente quedaron varados, llegó al punto en que, recuerda Horacio “los italianos nos ofrecieron terminar el tour y hacer de Roma nuestra casa. En esos momentos de angustia, aquello fue un bálsamo. Así empezamos a hacer de nuestro propio trabajo una cosa casi terapéutica, que fue seguir cantando y al mismo tiempo asumir musicalmente una expresión sonora del pueblo de Chile; nuestra forma de resistencia al fascismo”.
“Cantar los vientos de una época”
De haber estado en Santiago ese 11 de septiembre, probablemente los Inti-Illimani hubieran seguido la suerte de Jara y otros tantos artistas: “la música nos salvó doblemente, porque en principio nos salvó la vida, y a la vez nos permitió lo que más nos gustaba, y veníamos haciendo desde 1967, que era cantar, cantar los vientos de una época, de reconocimiento de nuestro patrimonio musical latinoamericano, que hicimos carne en nuestro repertorio. Y empezamos a transformarnos en una especie de bandera de Chile en el exterior, mientras que cada concierto nuestro devenía en una forma de solidaridad hacia nuestro país”.
Un ritmo intenso, de más de 150 conciertos al año, hizo de Italia el hogar del grupo hasta 1988: “al son de la difusión de nuestra música y de nuestra denuncia de la dictadura de estos militares infames”.
Aunque hay muchas piezas de su repertorio que reflejan y expresan esa época, algunas son especialmente representativas. Le pedimos al compositor que nos señalara dos títulos para acompañar este repaso. Uno de sus elegidos es su tema Vuelvo –de 1978– con letra de Patricio Manns: «nos propusimos cantar cómo sería volver a Chile, justamente 10 años antes del verdadero regreso. Cuando la compusimos era el momento más duro de la dictadura, de su represión, asesinatos y desapariciones.
La otra canción elegida en el marco de esta entrevista fue El mercado de Testaccio, un barrio en Roma: “es casi lo contrario del caso anterior, la composición está inspirada en la imposibilidad de volver, al menos en el corto y mediano plazo, que en los tempranos 80 parecía sellada por el decreto militar fascista de Pinochet”.
El mercado de Testaccio es también un mercado en términos musicales: una superposición de capas. Cadencias universales fluyen emotivas, como himnos regionales encontrándose… suena a Goran Bregović de este continente. Esa condición multicultural particularísima, es extensiva a la obra de Inti-Illimani, que se le anima con igual destreza y sensualidad a la cueca, al bolero, al son, al vals peruano, al vallenato…
“Así fue como empezamos a hacer nuestra música en este otro escenario, el europeo, que desconocíamos. Esto también nos abrió puertas en la posibilidad de divulgar una expresión que despertaba curiosidad al público musical más allá de los avatares de la política. La fama de Inti-Illimani en Italia tiene que ver con esto de haber sido los primeros en introducir en ese país una serie de sonoridades absolutamente exóticas: la zampoña, el charango, el tiple, la quena, a bordo de estos cantos épicos, a la vez dolorosos, de nuestro folklore latinoamericano”.
Inti-Illimani: el largo camino del sol
Entre la segunda mitad de la década de 1960 y principios de la de 1970 tuvo lugar en Santiago y otras ciudades del interior, un movimiento político-musical conocido como la Nueva Canción Chilena. Su denominador común, en términos de estilo, era la reivindicación de los géneros locales, que honraban con sus instrumentos, sonoridad y composiciones.
Fue en 1967, en torno al festivo ambiente de peñas folclóricas en la Universidad Técnica del Estado (hoy Universidad de Santiago de Chile) que un grupo puntual de estudiantes conformaría un sexteto integrado por Óscar Guzmán, Pedro Yáñez, Horacio Durán, Ciro Retamal, Luis Cifuentes y Jorge Coulón (tres guitarras, charango, quena y bombo).
A poco de aquel primer encuentro, tras la salida de algunos músicos, ingresaron otros, como Max Berrú y un joven estudiante de tan solo 15 años de edad, llamado Horacio Salinas, que provenía del grupo musical del Ballet folclórico Pucará, y quien a la postre sería el director del conjunto durante la mayor parte de su existencia.
En 1973, mientras estaban de gira por Europa, el general Augusto Pinochet lideró un golpe de Estado contra el gobierno constitucional del presidente Salvador Allende. Desatado el baño de sangre y persecuciones del golpista, e impedidos los miembros del grupo de ingresar a su país, tomaron Italia como lugar de exilio y residencia permanente desde donde apoyaron las campañas de solidaridad internacional por la recuperación de la democracia en Chile. En septiembre de 1988, al derogarse la prohibición de ingreso al país que pesaba sobre sus integrantes, estos regresaron a Chile, donde hoy viven.
El nombre “Inti-Illimani” (sol de Illimani) resulta de la combinación del vocablo quechua Inti (sol) e Illimani: nombre del principal monte ubicado en los andes bolivianos cuya vista desde La Paz es imponente y a su vez integra el escudo de la ciudad de La Paz.
La agrupación grabó más de treinta discos, dio cientos de conciertos en distintas ciudades del mundo y prodigó títulos históricos en canciones como Sensemaya, Alturas, Vuelvo, Exiliada del Sur, El aparecido, El mercado de Testaccio, entre muchos otros.
“Un folklore imaginario”
Llegados los ochenta, Horacio Salinas define para entonces “una etapa en la que empezamos a decidir que nuestros hijos nacieran allí, lo que en cierto modo era establecernos, instalarnos allí, pero un poco en un territorio de bordes desdibujados, que es lo que sucede en el exilio. Una instancia en la que empiezas a reconocer la vida de la gente de una manera distinta, como si se ensanchara esta residencia terrenal que uno tiene”.
Agrega Salinas un equívoco de alta potencia poética fruto del oído sajón ante lo hispanoamericano: “Curiosamente, un periodista estadounidense que había escuchado aquella composición sobre el Testaccio en un concierto nuestro, dijo algo notable que en cierto modo explica esta sensación nuestra: “un grupo de músicos chilenos que hace una especie de folklore en busca de país: una especie de folklore imaginario”.
Dio en la tecla el sorprendido yanqui: en palabras de su autor, la canción habitaba, ciertamente, ese país utópico que no existía ya, o acaso no hubiese existido nunca: “existía en nuestros sueños, en todo lo que nosotros habíamos imaginado justo y mejor para la existencia humana”.
Concluye Horacio Salinas, en una charla que merece continuidad y acaso admita una segunda parte: “El exilio nos mostró a nosotros sus dos caras: la extrañeza de vivir fuera de la patria y al mismo tiempo cierto deslumbramiento por este espacio que se abre y que, luego, volviendo a Chile se transforma en el des-exilio, es decir, en otro espacio que tu añoras, que reconociste, que te pareció también tu casa, que siempre vas a recordar, y rescatar”.
Fuente: Télam
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