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Gourmetidades y tilingueses

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Vivimos expuestos a formas de inducción a cambios de estilo de vida a través de la televisión y las redes sociales.

Ejemplo: la milanesa no es más lo que era. Ahora no se hace más con  pan rallado y huevo, sino que lleva una mezcla de pan de masa madre rallado con panko embebido en yemas de huevos de codorniz azul de Tasmania.

Y no se sirve la milanesa entera y una parva de papas fritas. ¡Jamás! La mila se corta en trozos para que el plato “tome altura” y forme una especie de volcán Krakatoa de cachos de milanesa acompañada por fritas dispuestas en forma de símbolo celta hecho con cilantro trebolizado de 4 hojas, lo que provoca que el plato llegue a tu mesa más frío que frasquito de vacuna de Faizer. 

Otra novedad engañosa de los restó: Leés el menú y en la sección de pastas dice: Fideos 230$. Ñoquis 230$. Ravioles 270$. Y después hay otra columna que dice Salsas: Fileto 150$, cuatro quesos 240$, boloñesa 600 dólares. 
¡Te cobran la pasta y su salsa por separado! ¿Quién va a un restorán y pide fideos… solos?!! Podría entender que alguien pida boloñesa. En definitiva, es un tuco con carne picada. Pero, ¿quién pediría un plato de salsa rosa, pesto o de fileto para mojar el pan?


¿Qué sigue? ¿Leer cosas como: Carne 250$, Huevo 30$, Pan rallado 30$, rodaja de jamón 50$, salsa de tomate 40$ y necesitarías agregarle 50 pesos más del rubro “cacho de queso” para pedir una miserable… ¡Milanesa napolitana!?


Y te cobran “servicio de mesa”. ¿Cómo me vas a cobrar servicio de mesa? Esa es la función de un restorán: ¡traerme la comida a la mesa! ¿Y si no quiero pagarlo? ¿Puedo comerlo de dorapa en la cocina?

¿Y adónde fueron a parar el aceite y el vinagre para la ensalada? Ahora te dan a elegir: “¿Oliva, maíz, sésamo, maní japonés, sorgo, mijo?”

¿Aceite de oliva? Cuando yo era chico, en el barrio de Floresta no existía. Había un solo aceite: venía en botella de vidrio y para abrirlo tenías que hacerle dos agujeros con un punzón y un martillo para que pudiera fluir de tan denso que era. Y no era de maíz ni girasol. Era aceite mezcla: mitad aceite de auto, mitad de tractor. Con ese aceite se freía, se condimentaba la ensalada y si no había Sapolán se usaba para tomar sol en la Bristol.

Es más: Cuando yo era chico, “Acheto Balsámico” era un equipo de la segunda división del fútbol italiano. Nunca nadie había visto semejante cosa.

La grieta era sal fina o sal gruesa. Ahora la grieta es Sal Marina o Sal del Himalaya. Había Pimienta negra o blanca. Y ya venía molida. Nada de pimienta rosa de Afganistán o pimienta de Cayena. Cayena era una calle de un barrio que uno no conocía, como mucho.

No existían las gaseosas dietéticas. La primera que salió, la Tab, la tuvieron que sacar del mercado porque tenía ciclamato, y era más peligrosa que remedio de laboratorio que no quiere firmar una cláusula que diga “negligencia”. Lo más parecido a una gaseosa diet era la soda. Y venía en sifones de vidrio, que había que tratarlos con más cuidados que a una carga de TNT en una mesa de una fábrica de fósforos.

“Finas hierbas”. Te decían eso y vos pensabas en el césped del estadio de Wembley. 
“Kombucha”. Era una zona del Asia, probablemente, que Estados Unidos estaba por invadir o en guerra o simplemente era un enclave comunista en la isla de Tofu. 
“Ajo negro”. Se tiraba. Estaba podrido.

“Leche de almendras” ¡Ja! Como si fueran a ordeñar a las almendras. Porque que ordeñen un coco para hacer leche de coco hasta parece más razonable. 
En fin. Que si no te volvés gurmé viendo Master Chef, sos un paria de la sociedá. Tanto que antes para despedirse, uno decía “Chau”.

Ahora no me queda más remedio que despedirlos diciéndoles: Namasté.

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Fuente: Télam

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