Acompañados de flores, panes y ofrendas bajo una lluvia incesante, pequeños grupos de familias celebraron este jueves por la mañana el Día de los Difuntos con sus seres queridos en el cementerio del barrio porteño de San José de Flores, tras participar de una misa católica en el hall de la entrada.
«Es costumbre de nuestros antepasados que la celebración comience al mediodía, porque se dice que a esa hora nos visitan las almitas a la casa; por eso, los esperamos con los platos que les gustaban, la bebida o el picante de pollo, les preparamos eso», compartió con Télam Aída Quispe, oriunda de Oruro (Bolivia) radicada hace 32 años en la Argentina.
Las familias ingresaban por la entrada de las intersecciones de Varela y Balbastro, donde se dispuso un operativo de seguridad del Gobierno de la Ciudad, unos pasos más adelante se montaron dos carpas de la Defensoría del Pueblo y baños químicos.
Según contaban las familias, «esta vez nos dejaron entrar el pan», porque años anteriores no permitían que ingresaran con ofrendas.
Desde el 31, el 1 y 2 de noviembre, las comunidades quechua, kolla, aymara, andinas y bolivianas celebran el Aya Mark’ay Quilla, en quechua, o Día de los Difuntos.
El 1 de noviembre, la celebración se realiza en el interior de los hogares, donde se preparan ofrendas con comidas como los tantawawas (panes con formas de niños), bebidas, flores, golosinas, hojas de coca y cigarrillos para «sentir la convivencia de ambos planos».
En tanto, el día 2 asisten a los cementerios, donde se traslada esa mesa con ofrendas «para despedir a los ajaius» (espíritus).
Aída explicó que cuando en la familia hay un difunto, «todas las familias colaboramos con los preparativos para rezar porque hay que preparar un montón de pan para ofrendar cuando uno reza, en señal de agradecimiento».
El pan se prepara el día anterior, el 1 de noviembre, pero la comida se realiza el mismo día. «Al mediodía van a traer la comida, si es que nos lo permiten, y se deja en un platito en su tumba como ofrenda».
Una lluvia constante acompañó a cerca de diez grupos de familias, especialmente de la colectividad boliviana, quienes a medida que llegaban se reunían en el hall de entrada del cementerio, sobre la calle Balbastro, y escuchaban la misa católica que se realizaba en el lugar.
La ceremonia
Con oraciones y cantos, las familias escucharon las palabras del cura presente, y luego de comulgar cada familia se dirigió a las tumbas de sus difuntos.
Aída explicó que los colores de las flores «tienen mucho significado».
«El morado es de los difuntos, el blanco, para mí, da paz al almita. A esas flores las llamamos ilusiones», dijo.
La familia de Aída acompañaba a la mujer más grande, quien vino desde Oruro a la ceremonia de su difunto.
Con un chal de terciopelo, una pollera plisada y sus zapatos grises, acompañó la tumba de su difunto con flores de colores, mientras la familia colocó una lata de cerveza, papas fritas, chocolate, y cada uno encendió un cigarrillo y compartió una oración.
«La costumbre de fumar es para purificar y liberar a las almitas«, contaron, e invitaron a tomar la ofrenda de tutucas, frutas y panes, que llevaban en varias bolsas para, después, dedicarle una oración al difunto.
La mujer acercó a la familia un puñado de hojas de coca para mascar, porque «es algo que le gustaba a él», además de que es un hábito que forma parte de la ceremonia.
Juan Carlos, de nacionalidad boliviana de la misma localidad que Aída, se encargó de construir «la tumba» en la casa familiar, una especie de altar dedicado al difunto, explicó que realizan cuatro o seis figuras: la escalera, el caballo, el tantawawa, el caballo, la luna, el sol y la cruz.
Las tantawawas son propias de la festividad de Todos los Santos. Se trata de panes adornados con caretas de yeso que, por lo general, representan al difunto recordado.
«Así, el almita sube por la escalera, tiene los caballitos hechos de pan y tiene que alcanzar la estrella, la luna y, por último, está la cruz; además le dejamos toda la comida que le gustaba y las velas encendidas para iluminar el camino, es la luz que le damos», recordó Juan Carlos.
También comentó que sus hijos ya no van a realizar esa celebración: «las costumbres se van perdiendo, no les interesa, ya tampoco ves a ver a la mujer de pollera».
«Esto es muy bonito, tiene su significado, no lo hacemos por demostrar, le damos el camino a las almitas para que suban, pero hasta en Bolivia también se va perdiendo», contó Juan Carlos tras explicar que si «esto lo hacés obligado se te puede caer todo. El alma tiene que estar complacida, sino se te puede quemar la comida o el pan o se te cae la tumba».
Según comentó Elisa Juárez, vecina, comunera de la Comuna 7 e integrante de la mesa de la colectividad boliviana, junto con la Defensoría del Pueblo organizaron disponer una carpa en la entrada del cementerio, para que pudieran reunir los integrantes de las colectividades de Paraguay, Bolivia, Chile y México.
Fuente: Télam
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