Consolidado como referente de los grupos de teatro callejero profesional, con 34 años de trayectoria, más de una veintena de espectáculos realizados y la creación de una carrera dependiente de la EMAD para el desarrollo actoral en espacios abiertos, La Runfla está ofreciendo funciones de «Sombras del holograma», que estrenó en noviembre pasado y repuso la semana anterior.
Crítica desde el juego y el humor a las sociedades contemporáneas desiguales e hipertecnologizadas, «Sombras del holograma» inicia su recorrido todos los sábados a las 21 en Lacarra y Directorio, al lado del antiguo tambo del Parque Avellaneda, y desde allí interna a los visitantes en un singular pasaje que se inicia a través de un túnel que viene a representar el ingreso a la caverna de Platón y termina junto al fuego, en una escena íntima, contemplativa y de reunión humana.
«Esta velocidad a la que estamos viviendo nos hizo pensar en la alegoría de la caverna de Platón, donde las redes sociales son en la actualidad las cadenas con las que estamos atados y las fake news son las sombras proyectadas en la pared que genera un poder que nunca se sabe quién es», comentó a Télam Héctor Alvarellos, director y dramaturgo de la obra, además de creador del grupo que tiene su base de funcionamiento en el Parque Avellaneda, desde donde impulsa una activa política cultural y comunitaria desde hace más de tres décadas.
«Sobre esa idea -agrega Alvarellos- montamos este espectáculo, donde utilizamos elementos de la magia, los personajes tienen un formato especial, hay una música permanente que agita y donde se utilizan muchas frases célebres sacadas de contexto para llegar al final de la representación con una interrogación sobre la libertad y la necesidad del pensamiento crítico».
Protagonizada por Javier Giménez, Dolores Burgos, Maximiliano Emanuel Juqnuera, Maive Martino Azar, Mauro Rubén Cantisani, Eugenia Llanos Nieto, Maci Wachi Rasti y Lorena Anahí Mazzeo, con diseño y realización de vestuario de Stella Rocha, magia e instrucción de Santiago Mouradian y música original de Luciano Campodónico, «Sombras del holograma» pone en discusión el estado actual de una sociedad «alimentada por imágenes y sometida al imperio del consumo, el marketing, la violencia y la domesticación social».
«El teatro callejero nace con la génesis del ser humano, el primero que mató a un animal y contó cómo lo hizo mientras lo estaban comiendo fue el inventor del teatro callejero; en cuanto a su aparición en el país, tiene que ver con el advenimiento de la democracia, cuando muchos grupos de teatro decidimos saltar a la calle»
-¿Cómo es el proceso creativo que deriva en un espectáculo en la calle de un grupo como La Runfla?
-Nosotros no tenemos una estética única y la dramaturgia en la calle a veces la terminamos de hacer en la propia actuación. De algún modo tenemos una idea de inicio o el grupo propone una idea, después de eso yo me encargo de darle una forma dramática o a veces tomamos obras que ya están escritas, como hicimos con «Galileo Galilei» de Bertolt Brecht o «¡Ay bufón! nadie está exento de la fiebre» que fue una adaptación de «Rey Lear» de Shakespeare. A partir de allí, hacemos jornadas de entrenamiento de acuerdo a los elementos y técnicas que vamos a utilizar en el espectáculo y, respecto de la actuación utilizamos una metodología que se llama «el abordaje del personaje a través de los engramas motores».
-¿Qué son?
-Un engrama motor es aquel movimiento que queda fijo en la corteza cerebral y que uno repite aún inconsciente. El juego nuestro es tratar de que el actor deje de utilizar ese patrón de movimiento y pase a ser algo que él inventó, un trabajo artesanal que tiene como juego abordar a otro y lo hacemos a través del abordaje de distintos animales; así trabajamos cada personaje con un animal particular y lo vamos humanizando hasta que decidimos detener el proceso en un determinado nivel de humanización, esto genera una forma actoral que le da una presencia particular, alejada de lo cotidiano. A veces dejamos al personaje muy cerca de la cuestión animal y a veces lo humanizamos más, depende de las características de la obra, es una decisión que se toma desde a puesta. Después está la particularidad de que generalmente los actores desarrollan dos personajes, mueven también la tramoya por atrás de todo lo que va sucediendo desde lo escénico.
Resumiendo y volviendo a la pregunta original, se escribe, se entrena, se aborda, se afina y después se va al espacio que vamos a utilizar. A veces el espacio devuelve alguna visión que no teníamos y nos obliga a cambiar la escena, eso genera cierta fascinación porque la obra es como que siempre está inacabada hasta que se encuentra con el espacio y la gente.
-El de La Runfla es teatro callejero pero con actores profesionales no es la misma propuesta del teatro vecinal comunitario.
-El teatro callejero nace con la génesis del ser humano, el primero que mató a un animal y contó cómo lo hizo mientras lo estaban comiendo fue el inventor del teatro callejero; en cuanto a su aparición en el país, tiene que ver con el advenimiento de la democracia, cuando muchos grupos de teatro decidimos saltar a la calle. Los que dimos origen a La Runfla veníamos de Teatro de la Libertad, que estaba en Humberto I y Defensa, que fue uno de los grupos emblemáticos de esa época y con los que hicimos «Bairoleto», «Juan Moreira», entre otros y que contamos después con el aporte de Eugenio Barba con el que comenzamos a trabajar distintas estéticas. En 1989 se fundó el Motepo (Movimiento de Teatro Popular) y nos juntamos en un club en el Tigre y armamos un encuentro para vernos entre nosotros, sin público, fue maravilloso. En ese momento estaban todos los grupos que hacían calle, entre ellos el Grupo Catalinas y Los Calandracas, que son los que desarrollan más fuertemente después el teatro vecinal comunitario. Ellos se dedican a hacer teatro comunitario que no necesariamente es callejero. La Runfla, en cambio, no es un teatro hecho por vecinos sino por actores profesionales que elegimos trabajar en la calle y el espacio abierto por elección estética.
«Utilizamos elementos de la magia, los personajes tienen un formato especial, hay una música permanente que agita y donde se utilizan muchas frases célebres sacadas de contexto para llegar al final de la representación con una interrogación sobre la libertad y la necesidad del pensamiento crítico»
-¿Y qué diferencias hay entre este actor que trabaja en la calle y el actor de sala?
-Respecto del teatro callejero lo primero que hay que decir es que es teatro. Aclarado esto, la sala tiene la concentración, la puesta de luces tal como una la diagrama, la gente sentada esperando, todo lo que predispone para ver un espectáculo, mientras que la calle es un espacio público, de todos, con las interferencias propias de un sitio de esas características. Los dos tipos de teatro nos dedicamos a contar historias, pero en nuestro caso no es que tenemos al espectador que pagó una entrada y se sentó en una butaca sino que rescatamos al transeúnte y lo transformamos en espectador voluntario partícipe del espectáculo. Otra característica de nuestro teatro es que generalmente las puestas tienen cierto traslado, no disponen de un escenario sino que generalmente nos movemos en el espacio: empezamos en un lugar y terminamos en otro y, también, la utilización y conciencia del espacio en el que estamos. En la calle el actor necesita de una energía, de una proyección, de un trabajo con la voz y el cuerpo que tiene que entrenar y suele ser bastante intenso, el actor que trabaja para una sala de 60 espectadores pone en juego una forma de energía determinada, con otro tipo de relación con el espacio y el tiempo, mientras que en la calle hay que llegar a la distancia, uno actúa siempre para el ultimo espectador, y después es muy común que como forma de trabajo nosotros pongamos en juego una serie de elementos particulares como pueden ser el fuego, los zancos, la máscara, que está muy olvidada y es sumamente potente, las destrezas aéreas, la acrobacia.
La cita para ver «Sombras del holograma» es los sábados a las 21 en Directorio y Lacarra, en Parque Avellaneda. El espectáculo es a la gorra.
Fuente: Télam
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