Alejandro Radawski bien podría exigir un lugar en el libro Guiness de los récords. Sucede que el dramaturgo y director teatral rosarino que triunfa en Europa tiene actualmente tres obras en cartel a las que montó, supervisó y dirige vía Meet.
La más reciente es “La pelea de la carne” y, aunque se trata de la adaptación de una novela del autor polaco que vivió en Buenos Aires, Witold Gombrowicz, tiene una particular vigencia en una América Latina y un mundo en el que crece el discurso del odio y las ideas negacionistas de derecha: narra el avance del nazismo en Polonia, y que sale a escena los viernes en «El Portón de Sánchez» (Sánchez de Bustamante 1034, CABA).
Radawski ya había abrevado en el autor polaco en otra de sus obras en cartel, «Ferdydurke», a la cual presentó y cosechó elogios, en un festival dedicado a Gombrowicz que se realiza en Polonia. El tercer título que presenta en Buenos Aires es “El alemán que habita en mí”, que es de su autoría.
En charla con Télam, desde Estonia, evaluó la actualidad de una historia que narra el avance nazi en Europa y sus proyectos para 2024, entre los cuales está una versión de «Un tranvía llamado deseo» en el Teatro San Martín.
-Alejandro, ¿cómo trabajaste la adaptación de la novela de Gombrowicz y qué te interesó de ella?
-Estaba justo en Tallin, la capital de Estonia, cuando comencé a versionar la novela; es un trabajo de incontables horas, yo tenía la trama de la novela en la cabeza luego de haber leído el libro cuatro veces seguidas. Lo curioso es que mi “yo” escritor y mi “yo” director son dos personas diferentes, que no se conocen entre sí y hasta que un poco se detestan. Yo escribo sin pensar en la puesta, ni queriendo ayudar a un director.
-¿Qué transformaciones hiciste?
-Uno de los desafíos desde la escritura era reducir a los dos viejos protagonistas, en un solo personaje que se habla a sí mismo en plural y se cree dos personas; y que el resto de los personajes lo tratan también como si fueran dos. Lo lúdico desde la escritura me permite alejarme de la solemnidad, no hay pecado mayor que hacer a Gombrowicz de esa manera, porque él es un chiste, él encierra al mismo tiempo barbarie y sutileza, tragedia y risotada. Cuanto más lúdico más profundo, por eso cuando los actores quieren imprimirle seriedad, análisis o psicología, quedan patéticamente expuestos en escena, no entendieron a Witold, y lo que es peor aún, se evidencia el daño que le ha hecho la psicología al teatro en particular y a la vida de las personas en general.
-Pero después te tocó montar la obra…
–Como director, siempre me interesa más el “cómo” que el “qué”, por ejemplo, qué sentido tiene hacer hoy Hamlet si todos los espectadores ya conocen la historia, por eso creo que lo atractivo es “cómo” lo crea el director, lo interesante es ver cuál es la creación con ese texto. En ese punto, me da igual si el argumento es fragmentario o lineal, porque de todas formas lo voy a romper todo para crear una obra teatral, usando un texto que esté al mismo nivel y tenga el mismo valor que una silla, y los actores tengan la misma importancia que un pantalón. Me parece que los directores somos los responsables de crear algo visualmente atractivo.
-Ya habías trabajado en tu obra anterior con una obra del mismo autor…
-La seducción por esta novela se despertó al unísono con “Ferdydurke”, la primera obra que dirigí de Gombrowicz, por aquel entonces estaba en duda cuál de las dos dirigir y elegí “Ferdydurke”, con la situación de la guerra en Ucrania que me agarró acá en mi casa en Cracovia, y pude ver de primera mano las consecuencias sufridas por los refugiados, me pareció un buen momento para hablar del preciso instante en el que las personas están en su casa esperando que los invasores lleguen…
En “La pelea de la carne” el foco está puesto ahí, en esa espera tensa, ya que la trama transcurre en el momento en el cual Rusia y Alemania se dividen Polonia y la atacan por el este y el oeste. Luego de haber ido el año pasado al Festival Internacional Gombrowicz en Radom, Polonia, donde fuimos ovacionados por el público de pie por más de cinco minutos y haber ganado el premio por parte del jurado al mejor grupo teatral, es que resurgieron dos ideas que tenía en mente: una; llevar a la próxima edición del Festival (que es bianual) una nueva obra (“La pelea de la carne”). Dos, tener una compañía teatral que haga obras sobre Gombrowicz, si todo sale bien a finales de 2024 comenzaré a preparar mi tercera obra sobre Witold.
-¿Cómo fue dirigir la obra de manera virtual vía Meet?
-Debido a que hace muchos años vivo y trabajo en Europa, pero al mismo tiempo sigo montando trabajos en Argentina, donde vuelvo cada dos o tres años, la virtualidad se tornó una parte esencial de mi vida, comencé a dirigir y también dar mis talleres de teatro y escritura de manera virtual por el 2015, o sea, cuando llegó la pandemia a mí no me afectó en lo más mínimo.
Una de las cosas más duras es la diferencia horaria, por ejemplo, esta obra yo comenzaba a ensayar a la 1 am y terminaba a las 5 am (19 a 23 de Argentina), tres veces a la semana, donde vivía al revés. Este proyecto lo dirigí 100% online, primero desde Tallin y terminando en Cracovia, los actores se juntaban en una sala y yo estaba por videollamada conectado a un parlante y así le iba dando las indicaciones tanto a ellos como a la camarógrafa.
Para mi estar presencial o virtual es lo mismo, yo no le encuentro diferencia alguna y todos los actores luego de vivir la experiencia dicen lo mismo, esto se debe a que mis obras son sincronizadas y precisas en busca de la perfección; la exactitud y lo técnico son todo, ya que la coordinación tiene que ser exacta.
-¿Podés «marcar» a cada actor a 13 mil kilómetros?
-Entonces, una vez que los actores pueden respetar las milimétricas marcaciones, sostener el ritmo y decir el texto a la perfección, es cuando pasamos a la etapa final (un mes antes del estreno) que es la creación del personaje, son sesiones individuales de videollamada conmigo, donde les hago poner la cámara de su computadora en un primer plano de cine, sostener la bolita del ojo en la cámara, no cabecear, no mover cejas, y desde esa quietud absoluta van diciendo los textos y es donde yo voy moldeando como arcilla a los personajes.
Ahora, lo que mucha gente no sabe es que dirigir una obra de teatro es como estar a cargo de un jardín de infantes, o trabajar en un call center donde diariamente recibís 30 quejas de gente que con un poco de lucidez podría resolver los problemas; a mi nunca se me ocurriría plantearle a nadie un problema sin al menos 3 soluciones, pero entiendo que es más cómodo hacerlo así.
-Elegiste usar en escena una cámara y una pantalla que permiten enfocar hasta el mínimo gesto de la protagonista…
-Si, es una técnica que cree yo y que uso cuando dirijo cine, hay que seguir algunos reglas y luego de un tiempo de ensayo se incorpora a la perfección, justo la protagonista, “Luján Bournot” trabaja en mis obras hace más de 10 años, por eso ella lo entiende a la perfección.
Como director de cine hacía tiempo que quería fusionar teatro y cine, que los actores no actúen para un público si no para una cámara, que el público vea actores de espaldas, pero sus rostros en primer plano de cine en pantalla gigante. Es cierto que el cine es mucho más técnico que el teatro, y esa precisión es la que me servía para esta obra donde yo iba a estar virtual y los actores necesitaban límites muy claros y acotados, era mi forma de controlar y al mismo tiempo ayudar a los actores.
Tengo cierta manía u obsesión por no repetirme. Entonces no me permito sonar en la misma melodía; ya sea desde los temas, o de la estética, o la puesta. Es como una premisa, no quiero que todos mis discos suenen iguales, por más que tengan una impronta propia. Por eso elegí esta fusión de lenguajes, música clásica de Bach, las pinturas de Francisco de Goya y el cine en blanco y negro.
-¿Cuál es la actualidad que tiene con la tendencia a la radicalización y el crecimiento de los discursos del odio, una obra que habla del auge del nazismo?
-Dicen que Hitler le dijo a su ejército: “¿Alguien se acuerda de los armenios?”. Y así comenzó el holocausto judío. Lo que sucede hoy es la repetición del pasado en loop. Hoy vivimos en la era de las guerras, por tal motivo creo que esta obra es por demás de actual, gente esperando en sus casas alrededor de la mesa, que en cualquier momento entren por la puerta los invasores, o que les caiga un misil.
-¿Cómo opera la invitación al público a participar: cantar, leer una carta que le llega al protagonista?
-En el teatro me siento más libre que cuando dirijo cine, siento que puedo influir de manera más directa en la audiencia, me permite jugar con el público qué es lo único vivo que tiene el teatro, (desde mi punto de vista), ya que considero al teatro un arte muerto, porque todo está previamente ensayado y pautado, los actores saben que decir y cómo moverse, la música suena donde tiene que sonar, las luces ya están grabadas, es como escuchar una cinta ya grabada… Entonces, jugar con el público es lo que a mí me da la garantía de tener por un momento un rapto de algo vivo.
El teatro con el que me identifico, es el que toma riesgos, que pone las cosas en peligro, el teatro que amenaza, y para eso es necesario alejarse de la literatura. Me es imposible pensar el teatro si no es de forma multidisciplinaria, acuerdo con el teatro que juega con todos los lenguajes, el que nunca cierra sentido, el que trabaja con el cuerpo del actor y no con la palabra, el teatro de las emociones y no de lo discursivo.
Y esta búsqueda de un arte amenazante, que incomode, provoque, genere pensamientos, el uso del espectador como si fuera utilería, es una pieza clave de mi poética. Ya en mi “Ferdydurke” secuestramos a un espectador y lo dejamos en el escenario sosteniendo una rama por más de 20 minutos.
-¿Cómo elegiste el elenco? Hay varios mujeres haciendo personajes de hombre, en una inversión del teatro griego
-La inversión del género es algo anecdótico, desde que tengo uso de razón yo no veo géneros, veo personas. El desafío mayor es encontrar personas que consideren al teatro como lo más importante en la vida. Cuesta imaginar lo difícil que es encontrar gente así, sobre todo, hoy en día donde reina la comodidad, la excusa, la desidia y la displicencia.
Trato de elegir gente que no vea la disciplina y exigencia como una vía negativa que expone sus limitaciones, sino que lo entiendan como una forma de potenciar su arte, la disciplina y constancia son los únicos canales que le ganan al talento. O al menos me gusta pensarlo de esta forma; vos y yo nos vamos a subir a una cinta de correr y solo van a suceder dos cosas: que te bajes primero o que yo me muera ahí.
Por ejemplo, en mi obra: “El alemán que habita en mí” actúa un nene de ocho años, Patricio Pérez Piñero y a veces se equivoca en función, pero al finalizar la obra, luego de saludar y que el público se fue, se pone a llorar porque se equivocó, no le da lo mismo el error, él no quiere convivir ni naturalizar el error. A mí, dame esos actores.
-¿Promovés el esfuerzo, por sobre todas las cosas?
-Como director podría considerarme “bilardista” porque comparto muchos de sus pensamientos, uno en particular que él aplica al fútbol: “No puede hacer distraídos, no puede haber errores, imagínate que un doctor está operando a un familiar tuyo, entonces sale el médico y dice, – Mire, me distraje y está muerto – no hay médicos así, porque no te podés distraer nada, tenes que estar concentrado todo el día, todo el día, todo el día”. Esa misma lógica es la que yo aplico al teatro, con el lamentable atenuante de que si un actor se equivoca no pasa nada, y hasta muchas veces es producto de risa o chiste.
-Actualmente tenés tres obras en escena, ¿cuáles son tus proyectos para 2024?
-Eclécticos como siempre, voy a dirigir en la sala Casacuberta del Teatro San Martín mi versión de “Un tranvía llamado deseo” de Tennessee Williams, titulada: “Sobre la amabilidad de los extraños”, un texto hermoso que ya he terminado de escribir. Donde no solo será una puesta audiovisual sino que también tendrá la fusión del Ballet del teatro y su grupo de titiriteros. Luego he ganado mi novena residencia para escritores, esta vez en Alemania, “Künstlerhaus Lukas” donde iré a escribir un manifiesto teatral sobre el rol del teatro en tiempos de guerras; y también he ganado otra residencia para escritores para ir a Finlandia a completar mi trilogía sobre masacres en Polonia, ya es la tercera vez que iré a Villa Sarkia en Sysmä (2018, 2021, 2024). En octubre estaré en el XVI Festival Internacional Gombrowicz en Radom, Polonia con mis dos obras: “La pelea de la carne” y “Ferdydurke”, que seguirán en cartel en Argentina y estoy viendo si puedo acomodar un nuevo proyecto teatral de dirección para el 2024 o si ya lo paso para el 2025, que sería en Oslo, Noruega.
Las tres obras en cartel
•»La pelea de la carne». Viernes 21.30 h, Teatro el Portón de Sánchez. (Sánchez de Bustamante 1034, CABA).
•»Ferdydurke». Sábados 17.30 h. Teatro El Extranjero. (Valentín Gómez 3378, CABA).
•»El alemán que habita en mí». Domingos 20 h. Teatro El Camarín de las Musas. (Mario Bravo 960, CABA).
Fuente: Télam
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