Como si fuera tan fácil de decidir
Hoy me costó mucho decidir cuál iba a ser el tema de esta columna. Tanto costó que al final me decidí por hablar de algo que nos consume a diario: tomar decisiones.
Mirá si será difícil tomar decisiones, que hay gente que antes de tomarlas, se toma un tubo de tinto, media caja de ansiolíticos o se clava un kilo de helado para tener un rush de azúcar que eleve la presión, la autoestima y la diabetes.
Por supuesto que siempre es mejor que las decisiones las tome otro. No solo porque te saca de encima la responsabilidad, sino porque después, cuando la decisión fue errónea, podés echarle la culpa a ese otro. Aunque, dependiendo del tipo de relación, lo más probable es que quien tomó la decisión errónea te eche la culpa por no haber tomado vos la decisión correcta. O sea. Ni siquiera es fácil decidir quién tiene que decidir.
El problema es que la vida es una constante toma de decisiones que vienen una atrás de otra y a toda velocidad, como el tren bala. Mirá si será difícil decidir, que una estrella como Mirtha Legrand impuso el «¿lo digo, no lo digo?» Y si a la Chiqui le cuesta decidir, ¿qué queda para nosotros, pobres mortales, ¿no?
Un ejemplo de lo complejo que es decidir, como para abrir el juego: El restorán. Leés el menú, y estás entre la mila con fritas a caballo y los ravioles con estofado. Elegís la milanesa. Pero ni bien ves la fuente de ravioles que sirven en la mesa de al lado, ya te arrepentiste de haber pedido la milanesa. Pero te la comés igual. Pero ya no disfrutás tanto el momento, como ese ladrón que estaba seguro de que en el negocio no había alarma y decidió mandarse. Y había alarma.
No hay feriado para las decisiones. Salís de tu casa, subís al colectivo, y tenés que decidir adónde sentarte. No es una decisión fácil. ¿En los asientos de a uno? Podría ser, pero en esos pega el sol. Mejor en los asientos de a dos. Pero no hay ninguno totalmente vacío. ¿Me siento al lado del pelado, de la señora que teje o del pibe que escucha la música a todo lo que da en sus auriculares? ¿Y si me siento atrás? Hay lugar libre. Pero ahí atrás está el motor y el calor te mata. Pero estoy más cerca de la puerta, por si se llena. Además: ¿Qué van a pensar de mi cuando me siente al lado de alguno de los pasajeros? El tipo o la mina seguramente se preguntarán “¿por qué decidió sentarse acá?” “¿no ves que está el colectivo vacío, justo acá venis?” Que es lo mismo que pensarías vos si estuvieras en su lugar.
Tampoco es fácil dejarle la decisión a los pasajeros que ya están sentados. Imaginate que subís y todos te digan “venga, siéntese acá”. La primera decisión que tomarías sería contestar “gracias, me gusta viajar parado” y la segunda, agarrar bien la billetera.
El problema es que para tomar muchas decisiones no hay tiempo. Tu jefe te pregunta “¿y cuánto quiere ganar?” A mi me gustaría contestarle “lo suficiente como para no tener que trabajar”, pero no parece ser la decisión correcta. En la peluquería, de repente, con tijera en mano, te preguntan “¿Y si te hago un cortecito acá en el flequillo?” y vos sabés que en no más de diez segundos se juega tu autoestima frente al espejo de los próximos dos meses.
Y ni hablar de las relaciones de pareja. Cuando tu pareja te dice algo que no te había dicho nunca hasta ese momento, como por ejemplo “te quiero”, ¿qué hacés? ¿Decís “yo también”, decís “ahá” o salís corriendo?
Hay casos más complejos: cuando tenés que tomar decisiones sobre temas que no sabés, como comprar un celular. ¿5G? ¿4G? Hundido. ¿Cuánta RAM? ¿De cuántos megapixeles la cámara? En esos casos, hay dos cosas peores que podés hacer:
➤Una, iniciar una ronda de consultas entre amigos. Salís más confundido.
➤Dos, confiar en lo que te diga el vendedor. Y tres, cosa que jamás debés hacer, es agarrar tu viejo teléfono y comunicarte con tu pareja para consultarle y que te ayude a tomar la decisión.
Por eso la vida era más fácil cuando éramos niños: nuestros padres tomaban todas las decisión por nosotros: a qué escuela mandarte, con qué nenes juntarte, qué lecciones darte, y todo para que al llegar a la adolescencia, irremediablemente te rebeles y les eches la culpa de todo. Y los acuses de haber decidido mal, obvio.
La lista es infinita. Como la decisión que tengo que tomar ahora. ¿Sigo? ¿Busco un remate ingenioso? ¿Lo dejo así? ¿Hago “final abierto”? Ven. Ya son tantas decisiones que no me ayudaría ni una moneda para hacer cara o ceca. Que también es una decisión… Cara o ceca… mmm… nada es sencillo…
Fuente: Télam
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