Arshak Karhanyan, el policía que nadie busca
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Corría el 24 de febrero pasado cuando la televisión emitía por primera vez el spot con el que Horacio Rodríguez Larreta oficializaba su anhelo presidencial. Ante la cámara, el alcalde de la CABA sonreía de oreja a oreja.
Pero ese viernes no fue un buen día para un anuncio de tal envergadura. De eso, por cierto, él recién se dio cuenta al hacer zapping en su despacho sin otro propósito que deleitarse con su propia imagen. Claro que de semejante vanidad se arrepentiría.
Porque de pronto se topó con la transmisión en vivo de una conferencia de prensa en el Congreso, ofrecida por legisladores del Frente de Todos (FdT) y funcionarios de la Secretaría de Derechos Humanos, al cumplirse el cuarto aniversario de la desaparición forzada del oficial de la Policía de la Ciudad, Arshak Karhanyan. Una efeméride tan inoportuna como embarazosa, ya que enchastraba con sospechas a la mazorca que él mismo había fundado.
Tal vez su mente retrocediera entonces al 5 de octubre de 2016, cuando en el playón del Instituto Superior de Seguridad Pública (ISSP) se realizaba la presentación de esa agencia policial.
En aquella oportunidad, Larreta también sonreía de oreja a oreja.
Es posible que su gesto fuera escrutado por un efectivo, que, con otros cuarenta, permanecía junto al palco en perfecta formación. Se trataba de Karhanyan.
Pero desde el 24 de febrero de 2019 no se supo nunca más de él. ¿Se lo había tragado la tierra?
El álbum del pequeño Arshak
Como tantas otras, la familia de Arshak Karhanyan llegó a la Argentina buscando un futuro mejor y en paz proveniente de Armenia. Fue en 1997 y el pequeño Arshak tenía 5 años.
* En una de estas fotos (1994) se lo ve junto a su hermano Tigran -tres años mayor- en una playa búlgara sobre el Mar Negro.
* Luego, en la segunda Navidad en Buenos Aires, con toda la familia.
* Con mamá Rosa y Tigran luciendo su uniforme del Ejército, en mayo de 2001.
* La Primera Comunión de Arshak, en 2001
* Dos años después, Arshak y Rosita en Mar del Plata.
* En 2006, en una gala de Tigran.
Este caso no pasaría desapercibido. Tanto es así que su madre, Vardush Datyvian –a quien llaman Rosita–, fue recibida en la Casa Rosada por Alberto Fernández e, incluso, el Papa Francisco la llamó por teléfono para expresarle su solidaridad. En cambio, pretextando razones de agenda, Larreta se negó una y otra vez a concederle audiencia.
Idéntica actitud fue la del vicejefe Diego Santilli (también al mando del Ministerio de Seguridad porteño). Su justificación fue: “No conozco la causa”. De modo que el Gobierno de la CABA actúa como si Arshak, lejos de ser víctima de un delito que se extiende en el tiempo, jamás hubiera existido.
Pero vayamos por partes.
Cronología de una ausencia
La breve biografía de Arshak –de 28 años cuando fue visto por última vez–señala que había nacido en Armenia; que llegó en 1997 a Buenos Aires con su familia –compuesta por Rosita y su hermano Tigran, dos años mayor–; que se incorporó a la Policía Metropolitana en 2015; que después de su fusión con la estructura capitalina de la Federal para conformar la Policía de la Ciudad, él pasó a engrosar sus filas; que, en paralelo, estudiaba Ingeniería de Sistemas en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y que vivía solo en un pequeño departamento alquilado del edificio de la calle Directorio 965, en el barrio de Caballito.
Pues bien, exactamente a las 12:46 del 24 de febrero de 2019 llegó allí el oficial de la policía porteña Leonel Herba. Arshak, en vez de hacerlo pasar, lo atendió junto al portón del edificio. Ellos habían compartido tareas en la División Exposiciones de esa fuerza y mantenían un vínculo de amistad.
En este punto es necesario reseñar el breve, pero accidentado, paso del joven desaparecido por la mazorca larretista. En razón a sus conocimientos informáticos fue a parar al área de Cibercrimen, donde llegó a intervenir en un peritaje vinculado a la causa por el suicidio del fiscal Alberto Nisman.
Luego fue a enviado a Exposiciones, abocada a la realización de pesquisas delictivas. Pero en los primeros días de ese año fue súbitamente trasladado a la comisaría vecinal 7B, de la calle Valle 1454. Un destino –diríase– de castigo, puesto que sucedió tras un entredicho con un comisario. ¿El motivo? Una versión policial jamás confirmada habla de un “error en el acta por el robo de un celular”. Sin embargo, Arshak nunca se refirió a tal cuestión ante Rosita o Tigran, aunque a raíz de de su nueva etapa laboral se lo veía alicaído y nervioso.
Desde entonces solo habían pasado unos días, cuando Herba acudió al edificio de la calle Directorio.
Su encuentro con Arshak junto al portón –que duró 37 minutos, hasta las 13:23– fue registrado por una cámara de seguridad, pero sin sonido. En ese momento comenzó la cuenta regresiva del misterio.
Ahí se lo ve al visitante extendiendo su celular para que Arshak mire y escuche algo; él lo hace de mala gana. Pero ese “algo” parece intranquilizarlo. Luego, ambos se enfrascan en una larga conversación. Se los ve incómodos y tensos. Gesticulan. Y miran hacia los costados, sin dejar de hablar. Hasta que, con un frío cabeceo por despedida, Arshak regresa al edificio.
Aquella misma cámara, a las 14:20, graba su salida a la calle. Llevaba su pistola, su credencial de policía y su billetera –con una tarjeta de débito–, pero no su celular (tal vez porque pensaba regresar rápidamente).
Otras cámaras captaron sus pasos; a saber: su caminata hacia la estación Primera Junta del subte –donde extrae dos mil pesos de un cajero automático–; su ingreso, once minutos después, al Easy de Rivadavia 5751; allí compra una pala de punta –¿para qué la querría?–; después se lo ve al salir del local con ese objeto en la mano, antes de guardarla en su mochila;. Recién entonces dobla en dirección a Primera Junta; pero, de pronto, se detiene; mira en derredor como buscando a alguien y, finalmente, gira sobre sus talones para dirigirse a la calle Paysandú.
Aquel es el último fotograma que se tiene de él.
Protocolo de un encubrimiento
Desde luego que para la querella –Rosita y Tigran–, patrocinada, primero, por el doctor Juan Kassargian y, luego, por el abogado de la Secretaría de DDHH de la Nación, Mariano Przybylski, aquella sucesión de imágenes lo convierte a Herba en el sospechoso inicial del caso.
En su declaración testimonial ante el juez Alberto Baños, supo justificar su visita a Arshak con elocuencia:
–Estaba por comprar un auto. Hablamos de modelos y precios, además de mostrarle un video referido al tema, que tenía en mi celular.
El juez entonces quiso que le mostrara ese video.
–Vea, doctor yo borro automáticamente todo lo que tengo en el teléfono para evitar problemas con mi pareja. Ella es muy celosa, ¿sabe?
Baños le creyó, pero no sin ordenar la intervención de su línea. Grande sería su sorpresa cuando, semanas después, fue interceptada la voz de esa mujer –apellidada Soto– diciéndole, entre insultos, al novio: “A vos te buscan por hacer desaparecer gente, y yo no te voy a cubrir más”.
La siguiente en declarar fue la señorita Soto, quien relativizó sus dichos con un argumento de peso:
–Cuando estoy enojada digo cualquier cosa.
Baños también a ella le creyó.
El juez aún hoy instruye el expediente con la carátula de “averiguación de ilícito”, y no como una “desaparición forzada”, tal como exige la querella, además del sentido común.
Para colmo, delegó la investigación en la Policía de la Ciudad. A todas luces, no fue una de sus mejores ideas (¿o sí?). He aquí su argumentación del motivo por el cual no vuelca esa pesquisa hacia otra fuerza de seguridad: “Le tengo mucha confianza a la persona de la Policía de la Ciudad a la que le encargo las medidas”.
Cuando Tigran entregó el teléfono celular y la computadora de Arshak, a Cibercrimen de esa fuerza, sus peritos resetearon ambos aparatos, borrando así cualquier evidencia que se hubiera podido obtener.
Todo indica que, a la vez, fueron eliminadas de manera intencional las imágenes de 49 cámaras distribuidas a partir del trayecto que Arshak hizo tras encarar hacia la calle Paysandú. La excusa policial fue la “rotura del servidor” que las atesoraba en el Ministerio de Seguridad porteño.
Lo cierto es que el oficial Herba continúa en funciones, mientras Larreta y Santilli siguen concentrados en sus ambiciones de poder.
En tanto, el encubrimiento de los uniformados revolotea alrededor del caso como un fantasma apenas disimulado.
Y con una estrategia infalible: el tiempo que pasa es la verdad que huye.
Fuente: Télam
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