Aunque en 2022 cumplió un siglo y medio de actividad, el predio del cruce de Rivadavia y Paraná que hoy ocupa el teatro Liceo se dedicó al espectáculo desde los albores del siglo XIX, cuando era un baldío en el que solía instalarse la carpa del circo Buckingham, un espectáculo emblemático en el que llegó a actuar el payaso estadounidense Frank Brown.
Fue en 1872, cuando un empresario francés del cual solo a llegado a nuestros días el apellido, “Tourneville”, abrió la sala Eldorado para ofrecer espectáculos de variedades y música. Desde entonces, y excepto el parate obligado que impuso la pandemia el teatro estuvo en permanente actividad.
“En 2022 cumplimos 150 años, con lo cual el Liceo se convirtió en el teatro privado en funcionamiento más antiguo de América Latina”, se enorgullece Tomás Rottemberg, a cargo del espacio perteneciente al grupo Multiteatro, la principal empresa del rubro en la Argentina, con salas en la Ciudad de Buenos Aires y Mar del Plata, que lidera con su padre Carlos.
Recuerda el empresario que en las últimas décadas del siglo XIX al lugar lo llamaban “Goldoni” en homenaje a Carlo Goldoni, el padre de la comedia italiana, porque en su escenario solían presentarse elencos de ese origen. Y pasaron otros, hasta que llegó el nombre actual: “También se lo conoció como Progreso, Rivadavia y Moderno. Hasta que en la segunda década del siglo XX se lo empezó a llamar Liceo, igual que una confitería que tenía al lado donde solían reunirse un grupo de jóvenes intelectuales”.
A continuación, Tomás cuenta una historia que suele referir su papá ya que él aún era muy chico para recordarla. Parece ser que en 1993 el teatro estuvo a punto de cerrar para convertirse en una casa de apuestas hípicas en la que los porteños iban a poder ganar y perder su dinero mientras miraban las transmisiones de las carreras de los hipódromos más o menos cercanos. Consciente de que si la sala se transformaba jamás volvería a albergar un escenario, Carlos Rottemberg ofreció comprarla para preservar ese edicificio, por el cual, pasaron obras emblemáticas como “Salsa Criolla” de Enrique Pinti, “Parque Lezama” de Juan José Campanella (protagonizada por Luis Brandoni y Eduardo Blanco) y más recientemente “Cabaret” con Florencia Peña, “Casi normales” con Fernando Dente y Florencia Otero. En la actualidad, varias noches por semana Elena Roger sube al escenario para ponerse en la piel y en la voz de “Piaf”.
“Estar al frente del Teatro Liceo como empresa nos representa un desafío grande para mantener el edificio en condiciones y convertirlo en un lugar en el que el público pueda disfrutar de la experiencia”, asegura Rottemberg hijo. Y luego apunta que para que el espacio frente a la Plaza Lorea mantenga su esplendor, requiere constantes restauraciones.
🎭 A pasos del Congreso, el Teatro Liceo lleva un siglo y medio levantando el telón
Fue un terreno donde funcionó un circo, pero desde 1872 se convirtió en una sala de espectáculos de variedades y música pic.twitter.com/rN3aK957wt
— Agencia Télam (@AgenciaTelam) July 3, 2023
Algunas fueron hechas por los mismos trabajadores del teatro, y otras por una empresa especializada que suele trabajar para el Grupo Multiteatro. “Hay cosas que no se ven pero repercuten en el estado del edificio. Se cambiaron los caños, los techos y la ventilación por las nuevas normas de sanidad tras la pandemia. Se limpiaron mármoles, pisos, bronces y se cambiaron las alfombras”, resume el empresario a cargo de la sala, quien puntualiza que, además de los arreglos de mantenimiento, hubo dos grandes “puestas a punto” del Liceo: una en 2006 y otra en 2022, tras la pandemia.
Los habitués de la sala habrán notado dos cuestiones: la primera es que a pesar de la transformación constante, el espacio no pierde ciertos detalles que lo conectan con su pasado. “En el techo, en medio de los frescos, hay un orificio de bala. No sabemos de qué época pero cuenta una historia: la de alguien que alguna vez disparó un arma dentro del teatro”, apunta Tomás para justificar que decidieron no borrar esa marca, parte de la identidad del Liceo. Con el mismo razonamiento, las escaleras de acceso a los palcos y la tertulia aún ostentan en sus paredes carteles de chapa para que los espectadores eviten salivar y tengan a bien sacarse la galera para permitir a sus vecinos de asiento ver lo que sucede en el escenario.
En cambio a tono con la obra que presentaban por entonces, que era “Cabaret”, hace un par de años, la platea de asientos consecutivos fue sustituída por coquetas mesas con sillones que le dan al teatro un total de 500 localidades. “Lo mantuvimos con Piaf porque nos seguía gustando- explica Rottemberg–. Están colocados sobre un sobrepiso que puede sacarse y volver a poner la platea convencional”.
Sin embargo, aclara que a partir de las últimas experiencias, el Grupo decidió convertir el Liceo en un teatro de producciones musicales. “Tuvimos varios puntos fuertes y estamos pensando en otras producciones a futuro. Nos gusta la idea de que Buenos Aires tenga un teatro para musicales, y la gente se acostumbre a venir a verlos aquí”, apunta el empresario.
Al mismo tiempo, para acercarse más al público, el teatro recuperó la tertulia donde, a metros de los frescos del techo, los más jóvenes pueden comprar entradas por el valor de una entrada al cine. También proponen descuentos para jubilados y siguen vendiendo localidades con descuento.
Cinco hitos de la sala: «Salsa Criolla», «Casi normales», «Parque Lezama», «Cabaret», «Piaf».
«Salsa Criolla», la obra récord
Si bien la sala de enfrente de la plaza Lorea albergó grandes éxitos ya enormes figuras, la esquina de Rivadavia y Paraná está indisolublemente ligada al nombre de Enrique Pinti y a su imagen en jogging dispuesto a lanzarle al espectador una catarata vertiginosa de verdades.
Es que la obra “Salsa Criolla” ocupó la sala durante diez años, entre 1985 y 1995, con un total de 2957 funciones, en las que más de 2 millones de espectadores se divirtieron con la particular versión del humorista de la historia argentina, que tuvo una breve versión totalmente remozada a treinta años de su estreno pero no cambió su final: una canción que aún hoy resuena como reivindicación del papel del arte, “Quedan los artistas”.
Funciones accidentadas
La cercanía del teatro con el Congreso de la Nación no sólo le dio una vista privilegiada de la conocida como “Plaza de los Dos Congresos”. También generó no pocos inconvenientes.
Funciones en las que se oían bombos y redoblantes que pasaban por la calle, las veredas colmadas por manifestaciones y gases lacrimógenos y bombas de humo. “Hubo funciones que ya habían comenzado y tuvimos que bajar las persianas del teatro para que los gases no afectasen a los espectadores”, cuenta Rottemberg, quien, detrás de la boletería de la sala vio pasar los últimos años de la historia argentina.
Fuente: Télam
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