La pesca ilegal, sin regular ni reportar sucede a cada minuto en alta mar, lejos del control de las autoridades. Es el resultado de un círculo vicioso entre la demanda en aumento y el afán de los pesqueros de largas distancias por satisfacerla a cualquier precio. Para eso cada vez viajan más lejos y por más tiempo en busca de cantidades cada vez más grandes.
Así hemos llegado a una situación de sobrepesca (cuando se capturan demasiados peces y no hay adultos suficientes para reproducirse y mantener una población saludable) que está matando a nuestros océanos.
Al mismo tiempo, las técnicas usadas en este tipo de pesca industrial a gran escala dañan el ecosistema marino. Sólo por mencionar una de sus consecuencias nefastas, podemos decir que cada año matan accidentalmente a 30.000 ballenas y delfines y a cientos de miles de tiburones (las llamadas “capturas accidentales”).
La “moda” de comer atún y la supervivencia de la especie
Mientras el apetito por el atún pareciera no tener fin, lo que sí está llegando a su límite son las poblaciones de estos peces tan buscados, cuyos números vienen decayendo dramáticamente en las últimas décadas.
Las últimas estimaciones del Reporte de la FAO sobre las industrias pesqueras y acuicultura mostraba que ya en 2019, cerca de un tercio de las principales poblaciones de atún estaban siendo pescadas a niveles insostenibles. En 2020, la Comisión Internacional para la Conservación de los Atunes del Atlántico (ICCAT por su sigla en inglés) reportó que las reservas de atún rojo descendieron a 13% de los niveles que supo tener 70 años atrás.
Este ejemplo muestra cómo la moda por una variedad particular de pescado está poniendo en peligro la supervivencia de la especie. Además de generar capturas accidentales y del costo humano (se trabaja en malas condiciones y hasta se vulneran los derechos de las personas).
Saqueo de calamar en el Mar Argentino
En 2022 desde Greenpeace publicamos el informe “Pesqueras sin control en el Mar Argentino”. En ese documento alertamos sobre el accionar de flotas pesqueras internacionales que llegan a una zona llamada Agujero Azul, al este del Golfo de San Jorge en la Patagonia argentina.
Aprovechando el vacío legal de las aguas internacionales, estos barcos de China continental, Corea del Sur, Taiwán y España llegan cada año a esta zona del Atlántico sur occidental. Durante la temporada alta (de enero a julio) capturan calamar y merluza negra, que luego venden como productos de lujo a países del norte.
Éste es un claro ejemplo de cómo muchas pesqueras realizan con frecuencia actividades ilegales y desreguladas, en contravención de las leyes nacionales, regionales e internacionales; no reportan o informan sus actividades u operaciones y captura en alta mar o realizan pesca con banderas de conveniencia.
A la gravedad del asunto se suma el costo ambiental. Es sabido que los calamares son vectores nutricionales que juegan un papel clave como “bombas biológicas” transitorias uniendo espacialmente ecosistemas marinos distintos. Por lo tanto, la sobrepesca de los calamares representa una amenaza para todo el ecosistema, incluidas las poblaciones vulnerables de cetáceos.
Pesca de arrastre, las topadoras del fondo marino
Más allá de la especie que se busque pescar, lo cierto es que hay dos técnicas muy usadas por esta actividad a gran escala que destruyen todo a su paso. La pesca de arrastre es una de ellas.
Consiste en volcar al mar enormes bolsas de redes, del tamaño de una cancha de fútbol, que se arrastran con cadenas por el fondo marino, como si fuesen una topadora.
Aunque la magnitud de estos impactos no son siempre los mismos para todas las pesquerías de arrastre de fondo, y dependen de ciertos factores (por ejemplo, el tipo de arrastre utilizado, la composición del hábitat, historia de vida de las especies componentes, el régimen de perturbaciones naturales), incluso para aquellos arrastre de fondo que operan en los ambientes bentónicos menos sensibles, las zonas arrasadas tienen pocas posibilidades de recuperarse.
Un procedimiento tan invasivo tiene altos niveles de captura incidental o descarte. Se consideran capturas accidentales a las especies no objetivo de la pesca como mamíferos marinos, aves marinas, tortugas, tiburones y otros ejemplares que no cumplen con los requisitos comerciales (peces demasiado pequeños o los que no son la especie objetivo de la pesca).
Estas especies no deseadas se tiran por la borda, muertas o moribundas. El nivel de mortalidad es tal que en algunas pesquerías los descartes pueden afectar a la estructura y función de los sistemas marinos y se considera uno de los impactos ambientales más graves de la pesca comercial actual.
Ni las aves se salvan de la pesca industrial
La otra técnica que utilizan los pescadores industriales son los palangres (líneas con anzuelos) de hasta 4 mil metros de largo. Con este método se producen capturas accidentales de diferentes especies, entre ellas el albatros, ave marina en peligro de extinción.
Al finalizar la captura, los responsables de la pesca descartan las especies que no tienen valor comercial para ellos. Los animales, ya muertos, son arrojados al agua.
Al ver juntos estos datos podemos trazar un primer acercamiento a lo que ocurre en alta mar, ahí donde nuestra mirada no llega pero que igual se ve afectada por nuestras decisiones.
El Tratado Global de los Océanos, una esperanza para el Agujero Azul
Recientemente contamos con un Tratado Global de los Océanos que espera la ratificación de los gobiernos para entrar en vigencia. El tratado abre una puerta de solución a conflictos ambientales en zonas donde la gobernanza marítima es hoy en día pobre y deficiente. Esta herramienta permitirá crear una red de santuarios marinos en aguas internacionales, libres de actividad industrial humana, abarcando zonas tales como el Agujero Azul en el mar Argentino, tendrán– cuando el tratado esté vigente- la posibilidad de que sus aguas sean declaradas santuarios marinos .
Por último, recordá que no se trata de dejar de comer pescado sino de buscar comprarlo a pescadores locales que te den la seguridad de que sus prácticas son artesanales o bien realmente respetuosas de la vida en el mar.
Fuente: Greenpeace
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